Enlazados

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Sentado, sobre una banca larga de lo que parecía ser mármol blanco dolomita, Bright esperaba. No era la primera vez, ya antes había esperado sentado en la misma banca. Y todas las veces, sin excepción, había esperado a la misma persona.

Igual que en ocasiones anteriores, miraba, casi sin parpadear, las dos grandes puertas de madera blanca abiertas de par en par. Las mismas dos puertas que eran la entrada principal a esa sala. La 'Sala de encuentros eternos'. No era el único, había otros esperando como él, cuyos ojos también estaban envueltos en anticipación y anhelo.

No siempre le tocaba esperar, casi la misma cantidad de veces que el había esperado, el otro había esperado por él. A Bright le daba igual esperar o ser esperado, para él lo importante era el encuentro. Porque era en esos encuentros donde se sentía completo.

Por eso, para él, el nombre de esta sala no era el de 'Sala de encuentros eternos' sino el de 'Sala de la felicidad plena'. Ya que siempre que había estado ahí se había sentido completamente feliz.

A excepción de esta vez, claro.

Porque esta vez, a diferencia de las anteriores, la banca no solo estaba ocupada por él, sino también por una preciosa mujer que, en la cúspide de su belleza y en la flor de su juventud, a su lado, también esperaba. Por la misma persona.

Recorrió con unos ojos asolapados su actitud, ella lo ignoraba, era como si él no existiera, solamente miraba concentrada la misma puerta que el había dejado de mirar para verla a ella.

Al ver sus manos delicadas y tersas se observó las suyas, jóvenes y de piel lozana. Tal y como lucían cuando estaba en esa sala. Y como lucían todos ahí en realidad. Ya poco recordaba la piel arrugada y cobriza que había tenido en sus últimos días. Los recuerdos ya eran escurridizos, como solía suceder tiempo después de volver. Pero algunos recuerdos de su última vida aún flotaban en su mente, como la melodía del pequeño árbol de navidad que adornado escasamente brilló la noche en qué consumido por un cáncer apenas doloroso, murió.

Sesenta y cuatro años había sido esta vez. Había tenido una vida tranquila, no había tenido esposa ni hijos, pero sí unos hermanos y sobrinos muy amorosos que lo cuidaron hasta el día de su muerte. Sin contar, claro, a su mejor amigo que cada viernes por la noche iba a su casa con una botella de cerveza alemana a hablarle de su mujer, sus hijos descarriados y un trabajo que mal que bien, le gustaba.

Miró otra vez hacia la puerta, entraban muchos otros, pero no la persona que él esperaba. A veces pasaba así, había ocasiones en que le tocaba esperar un poco más. De todas maneras, eso no significaba una tortura, el tiempo en ese lugar pasaba, pero no se sentía demasiado. Así que, en realidad, la espera no era tan larga como parecía.

Exhalando un suspiro, examinó por centésima vez la sala. Con pesadumbre notó las tantas bancas en que, en vez de dos, tres o cuatro se entrelazaban las manos con ojos llenos de amor. Abrazos, besos, manos entrelazadas, miradas llenas de amor.

Con un miedo creciendo dentro de él y negándose a la conformidad de saber que ese sería probablemente su situación a partir de ahora, dirigió, otra vez, su mirada a la preciosa mujer que estaba a su lado. Llevaba un vestido palo rosa que resaltaba el color de su piel, ¿era justo que se viera tan hermosa? No era la primera vez que veía a alguien tan bello, ni tampoco era la primera vez que veía a personas que habían sido parte de las vidas de Win en alguna de esas salas. Pero era la primera vez que alguien más esperaba en la misma banca que él y a la misma persona.

Y lo odiaba. Odiaba que quien había sido la mujer de Win en esta última vida, se sentara en la misma banca de espera. Lo odiaba tremendamente y tenía su corazón pendiendo de un hilo.

Love Stories #BrightWin / SarawatTineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora