Capítulo 1.

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Anduve cabizbaja entre los árboles, sinceramente no me apetecía enfrentarme a ningún zombie más. Sólo quería despertarme en mi cálida y cómoda cama e irme al colegio; añoraba la rutina que hace dos años odiaba.
¿Dos años?, en realidad no sé cuanto tiempo lleva el planeta echo una mierda. Suena ridículo, pero ahora estoy intentando hacer memoria para saber si tengo 15 o 16 años. Pero, total, ¿qué mas dará eso?, ¿me van a prohibir el paso en algún sitio por mi edad?. Eso ya no importa una mierda, ya nada importa.
Eres lo que puedas aportar, vales lo que te puedan necesitar los demás. Por lo que sé a mi ya no me necesita nadie, nadie con vida queda que se preocupe de mi existencia.
¿Quién querría hacerse cargo de una adolescente cuando todo se va a la mierda?.
Las pisadas de mis botas en las secas hojas de otoño rompían el silencio del bosque. El aire era húmedo, mi piel estaba mojada, y yo un tanto mareada por el olor a muerto, qué, en ese momento, dudaba si era mío o de los zombies.
Mis pisadas se amontonaban en el vacío, la adrenalina se hacía dueña de mí cada día, y las subidas y bajadas repentinas de tensión no me hacían ningún bien, y menos con el estómago tan vacío.
Estaba mareada, muchísimo. ¿Qué haría cuando me cayese al suelo?, ¿quién me recogería?.
Dependo de mí misma para sobrevivir, y si yo fallo, yo muero.
Me paré en seco. El silencio se avalanzó encima de mí, pero no tardaron en romperlo las pisadas ágiles de alguien corriendo hacia mi dirección. Sonaban a unos escasos 7 metros, en menos de un minuto se encontraría a mi lado.
Con torpeza agarré el pequeño cuchillo que colgaba de mi cinturón y lo preparé para lo que fuera el dueño de esas pisadas.
Para mi sorpresa, como un rayo y sin mirarme, pasó a mi lado un chico corriendo, un poco más alto que yo y, apróximadamente y lo que ví de refilón, de mi edad.
Mi mirada le siguió hasta casi perderle de vista; entonces, habló.

—¿Qué haces ahí parada? ¡corre!.—gritó el castaño parándose, y volviendo a correr de
nuevo.

Obedecí sin pensarlo, pero, ¿hacia dónde correría?, ¿detrás suya?. No tenía más opciones, así que corrí.
Corría sin pensarlo sobre las hojas, esquivando árboles y siguiendo su cuerpo no muy de lejos, pero era como un juego. No me enteré de la gravedad del asunto hasta que miré a mis espaldas y vi a más de una docena de caminantes detrás nuestra.
Mis ojos se secaban y de ellos brotaban lágrimas de miedo. Estaba realmente acojonada, nunca me había enfrentado a tantos.
Corrí más que en toda mi vida mientras que me acordaba de mi profesor de gimnasia; si me hubieran dicho que me entrenaba para esto me hubiera esforzado más.
Notaba mis pies tambalear, mis piernas flaqueaban y todo mi cuerpo temblaba.
'Un último empujón, ¡vamos!, hazlo por mi, porque sé que puedes', la voz de mi madre retumbó en mi cabeza e hizo a mis brazos impulsarme hacia delante en la carrera.

—¡HAY MUCHOS, ANDREW, MUCHÍSIMOS!.—exclamó el castaño al ver
unas vayas.

Las vayas se abrieron a nuestro paso, y cuando mi cuerpo cruzó estas, cayó como si fuera un trapo al frío suelo.

Te quiero sin querer [Chandler Riggs].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora