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Eran las tres con cuarenta y siete minutos de la madrugada

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Eran las tres con cuarenta y siete minutos de la madrugada. Ricardo estaba inclinado hacia adelante, buscando en su refrigerador algo que pudiera mitigar el hambre: nada. Estaba en el ombligo de la semana y aún así ya no tenía nada para comer.

Un cartón de leche, una manzana partida a la mitad y tres latas de cerveza era lo único que tenía para comer.

Apenas había vuelto de la fiesta de Quiroz, no tan ebrio como esperaba ni tan sobrio como había planeado; se había divertido y relajado muchísimo. Reanudar las giras, tanto de él solito como de La Cotorrisa, lo tenía agotado. Aún así, ¡se sentía encantado!

La magia de subirse al escenario; escuchar a los fanáticos gritando su nombre, riéndose y aplaudiendo, era algo que nunca cambiaría por nada nada mundo.

Excepto quizá por una pizza, en ese momento.

—Paco, Paco... —arrastró las palabras, claramente afectado por el alcohol que tenía en el sistema. Paco acudió al instante, pese a que ya estaba dormido desde hacía horas. Se metió entre las piernas de su dueño y olisqueó su ropa, quizá preguntándose dónde había estado—, buen chico, Paco. Eresss muy obe... Obediente.

Ricardo se alejó del refrigerador para cerrarlo, mientras con la mano que tenía desocupada acariciaba el lomo de Paco, que se quedó quieto, gustoso por la caricia.

La cocina quedó a oscuras cuando la luz del foco se extinguió al momento de cerrarse. En algún lugar de la casa un grillo sonaba. El estómago de Ricardo gruñó, exigiendo comida.
Pensó en abrir la caja de munchies que tenía: recordaba tener una bolsa de frituras (lo que no recordaba era de cuáles eran) y Oreo Red Velvet. Al igual que la despensa, su caja especial debía ser abastecida pronto.

Salió de la cocina, hacía el pasillo que dividía la entrada de ésta de la sala que había acondicionado para solo juegos. Caminó al fondo, a la derecha, en dirección contraria al living. Paco lo acompañaba.

Cuando llegó al fondo, giró hacia la izquierda y subió por las escaleras. La oscuridad, irónicamente, le permitía ver mejor, porque estaba seguro que si las luces estuvieran encendidas vería todo doble... De todos modos se sujetó con firmeza al barandal, para evitar caídas y accidentes innecesarios. Paco se quedó en el piso de abajo, como cuidando a su dueño y una vez que Ricardo desapareció de su vista, volvió a su cama para seguir durmiendo.

El standupero entró a su habitación. La luz de la luna iluminaba su cama, como un velo platinado. Seguía sintiendo su estómago gruñir y la cabeza le punzó de manera dolorosa. El alcohol empezaba a desaparecer de su cuerpo, por lo que se apresuró a tomar un suero de la mini nevera que tenía al lado de la pantalla de plasma: la botella fría le proporcionó una sensación placentera al tacto.

—Estoy pedísimo —susurró para él mismo, entre risas.

No estaba al nivel de La Cotorrisa Anal (ni loco volvería a consumir esa cantidad de alcohol) pero se había acercado un poco. Era culpa de los juegos que había propuesto el anfitrión de la fiesta, y, en parte, culpa de Iván y Slobo, que lo presionaron para que jugara junto a ellos.
Al principio los shots entraron con dificultad, pero una vez ambientado, se deslizaron por su garganta como agua.

Munchies with double oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora