Perfecta.
Así la llaman: la coronel alemana más respetada del mundo. Fuerte, brillante, disciplinada. Frente a todos, parece invencible... pero hay una cara de su historia que nadie ha visto.
Aún.
Una misión imposible desatará lo que ha ocultado du...
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Iván está apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Su mirada recorre cada rincón de la sala como si buscara un hueco que podríamos haber pasado por alto. Samara está a su lado, con el rostro serio y los ojos clavados en los detenidos. No dice nada. Nunca lo hace en estos momentos.
Pero su silencio habla por ella. Sigue sin confiar en mí...
Los gemelos revisan las armas encontradas. Coordinan con los técnicos la evidencia, buscando conexiones, algo que diga quiénes son esos cinco que lograron colarse bajo nuestras narices.
Jazmín sostiene una tableta. Su ceño fruncido marca la intensidad con la que repasa el registro de cámaras. Cada segundo, cada sombra, cada detalle. Todo está bajo revisión. Todo. Y aun así...
—Llegamos tan rápido como pudimos.—Dice Magnus al entrar, con Gael detrás.
Sus ojos me buscan. Es imposible no notar el peso del momento sobre sus hombros.
—Fue un golpe certero.—Contesto.— Entraron cuando más distraídos estábamos. Lo planearon bien.
Gael observa a los detenidos, luego vuelve la vista hacia mí.
—¿Estás segura de que eran los únicos?
Quiero contestar de inmediato, pero algo en mi interior me hace dudar. No es sospecha. Es frustración. Una que no me puedo permitir que se confunda con debilidad.
—No puedo afirmarlo hasta tener las grabaciones completas. Pero si hay más involucrados… los encontraremos.
Magnus camina hacia uno de los hombres esposados. Le sostiene la mirada. No parece impresionado.
—Esto no huele a atentado de fanáticos. Huele a algo peor.
—Sí.—Interviene Iván desde el fondo.—Esta gente que sabe cómo moverse y esconderse.
Aprieto los puños.
—No los dejaremos esconderse esta vez.
Me acerco a la mesa central, donde se acumulan reportes, fotos, registros. No puedo quedarme quieta. Necesito hacer algo. Necesito compensar el fracaso. Aunque nadie lo diga directamente, el presidente ha muerto bajo mi custodia. Esa verdad es un nudo constante en el pecho.
—Jazmín, quiero acceso directo a los interrogatorios. Personal. Hoy.
—¿Personal?—Pregunta Gael.
—Sí. Necesito oírlos. Uno a uno. Sin intermediarios.
Iván se acerca, su voz es baja, solo para mí.
—No fue tu culpa.
Lo miro de reojo, luego aparto la mirada. No quiero consuelo. Quiero respuestas.
—Alguien tiene que asumirla.—Digo, sin emoción.
Y vuelvo al trabajo. Porque si me detengo, el vacío será insoportable.