Capítulo 1

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No hay cicatríz, por brutal que parezca, que no encierre belleza.

Camino principal del Reino de Adairia

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Las nubes grises que cubrían el cielo anunciaban al menos un chaparrón, o en el peor de los casos y Dios no quisiera, una tormenta que no se haría esperar demasiado.

Mientras sentenciaba aquello en su mente luego de observar el cielo nublado y grisáceo sobre ella, la joven bajó lentamente la mirada, lo que encontró debajo no significó algo mejor que lo de arriba, el barro que logró colarse a través de la húmeda hierva que cubría el suelo había empapado y vuelto marrón toda la parte inferior del vestido azul que llevaba, tomó un trozo de la suave tela entre sus dedos para levantarlo un poco y observó que el dobladillo sucio escondía a unos zapatos cubiertos de lodo, que ya le había llegado hasta los tobillos.

El día de ayer había llovido la cantidad suficiente como para empantanar todo el camino principal, y aunque hubiera preferido haber seguido otra ruta, aquella era la más rápida, su estado no era bueno, pero seguía siendo el que en mejor condiciones estaba.

Aún le faltaba mucho camino por recorrer para llegar a la aldea, y aún más para llegar al lugar de la ceremonia, y si tomaba en cuenta la tormenta que se avecinaba y que ya empezaba a caer como finas y heladas gotas a su alrededor, además de que ese trillo se volvería intransitable al ser tocado por más agua, la travesía parecía cada vez más imposible de realizar, no para llegar a tiempo al menos.

Se detuvo al costado del camino y apretó los puños, tenía los pies húmedos y congelados, la capa azul oscura que cubría sus hombros y su cabeza era bastante gruesa, pero aún así el frío atravesaba su cuerpo y le calaba los huesos haciéndola temblar.
Su mente no paraba de pensar, no sabía a quién culpar, si a su hermana por planificar su boda en el mes más lluvioso y frío del año, a sus padres por haber estado de acuerdo, o hacia donde más le reprochaba la conciencia: ella misma, por haber decidido ir a último momento luego de haber dejado que toda su familia y sirvientes se fueran sin ella, al haberse negado a asistir a la ceremonia.

Hacía unos meses, su hermana mayor se había prometido con el joven Lee Dong Hwi, perteneciente a la familia principal e hijo del líder del Clan Lee, conocidos como "los guerreros de los dioses". Los hombres de este clan habían protagonizado grandes hazañas en el campo de batalla, tanto por sus habilidades y técnicas en la lucha cuerpo a cuerpo como por el uso de instrumentos y armas que ningún otro clan había visto ni utilizado jamás, que sumado a las extrañas formas de las edificaciones de sus aldeas y sus ojos rasgados, eran motivo de muchas leyendas e historias que circulaban por todos los pueblos y clanes a cerca de su procedencia. Historias que hacía ya unos veinte años atrás, habían pasado a ser menores ante los trágicos incidentes que le habían ocurrido a la familia líder, que habían dejado como saldo sólo a un niño vivo, de los tres hijos de la familia principal del clan.

Un niño que con el pasar de los años había crecido y se había convertido en un hombre; y que ese lluvioso día invernal, iba a desposar a una hermosa joven de la que se había enamorado.
La muchacha era Ailana Diederick, hija mayor del líder del vecino Clan Diederick. La historia de cómo se habían conocido ya había traspasado a los demás clanes, y Adelet creía que pronto se uniría a los más famosos de los relatos que tenían aquellas dos familias, y que su hermana había pasado tantas noches relatándole, mientras ella sólo escuchaba en silencio sin inmutar la expresión fija de sus ojos ni la línea recta que siempre formaban sus labios. Expresión que también era conocida y formaba parte de las leyendas que corrían a cerca del Clan Diederick.

En la mañana, cuando se encontraba en lo alto del viejo castillo construido por sus antepasados en las montañas, mirando a través de las ventanas a los carruajes adornados con la insignia azul del clan alejarse y volverse pequeños entre los bosques rumbo al límite Este del territorio Diederick, su corazón había comenzado a pesarle en el pecho, y el sentimiento que lo acompañaba le resultaba extraño.
Había tratado en vano de dejar de darle vueltas al asunto en su mente, hacía años que no asistía a ninguna celebración de ningún tipo, ni se dejaba ver en la aldea. Y en un principio, el casamiento de su hermana no le había parecido un motivo suficiente como para hacer cambiar la actitud que había tenido desde hacía ya casi ocho años.
Pero después de la despedida, las últimas palabras de Ailana se quedaron en su mente. Se había dado cuenta de lo importante que era para su hermana que ella estuviera allí, y la súplica en sus ojos casi la hizo ceder, pero al final, ella terminó marchandose definitivamente del castillo sin que Adalet fuera con ellos.
Pero cuando ella estuvo sola, la presión no desapareció de su pecho, y a medida que pasaba el tiempo, el ardor en su garganta parecía que no le dejaba respirar.

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2021 ⏰

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La más bella y solitaria cicatrízDonde viven las historias. Descúbrelo ahora