Sempiterno

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Jimin había llorado las últimas tres noches.

— Sus lamentos podían escucharse a través de la puerta de su habitación, también una que otra queja.

— Nayeon se encargaba de llevarle el desayuno, la comida y por ende la cena. El pelinegro se rehusaba a comer en el comedor con Yoongi, no después de todo lo que le había soltado.

— Aún no se lo creía, le atemorizaba estar con personas que parecían servir fielmente al mismo demonio, era espantoso.

— Se encargaba de hacer una oración al despertar y antes de dormir, pedía por su vida, pedía perdón por si había hecho algo mal o por si su fé había caído. También pidió perdón por las almas de la aparente mansión dónde ahora estaba.

— Incluso antes de comer hacia la oración por los mismos alimentos, pidiendo que estos no estuvieran contaminados y que no fuesen mortales para su vida.

— Jimin se negaba a salir de la habitación, se mantenía encerrado todo el día.

— Nayeon intentaba hablar un poco con él, pero el menor le daba respuestas tajantes que la mujer solo podía guardar silencio.

— Ahora ni siquiera le dirigía mirada alguna.

— Yoongi tampoco se había aparecido por ahí, había ido a su habitación dos veces y Jimin le rechazó las dos veces, negándose a siquiera verle en pintura.

— Los pensamientos del pálido estaban estancados. Ciertamente era tratado bien, no le hacía falta ni ropa ni comida, contaba con una buena cama para él solito y no se le obligaba a hacer nada, ni siquiera le castigaban o le pegaban como tanto temía.

— Claro estaba que Jimin había sido criado así, había vivido en una familia cristiana y por más buena que fuera tenían pensamientos que rechazaban cualquier contacto mundano o que no fuera devoto a Dios.

Su padre le decía que las almas que caían en la tentación sufrirían eternamente, sin alcanzar la paz o el descanso eterno.

— Al pequeño Jimin le contaban demasiadas cosas.

— Cómo que las almas que iban al infierno eran azotadas y tiradas a ríos y lagos de fuego, que tenían una condena que cumplir y que ahí, morían lentamente por segunda vez.

— Las personas que iban ahí eran malas, que habían caído en la drogadicción, que habían prostituido sus cuerpos, que habían cometido adulterio o que habían mentido.

— Ahí iban los no creyentes.

— Y para un pequeñín al que le enseñaron tales cosas era horroso. Teniendo que refugiarse en los brazos de su madre, orando hasta caer dormido.

— No era culpa de Jimin.

— Y a Yoongi le costaría llegar hasta el pálido, calar dentro de él y hacerle ver que todo estaría bien, que en realidad todo era parte de un plan mayor.

— Que desde pequeño había anhelado sus caricias, que había soñado con él y preguntado hasta cuándo le podría conocer.

— Y que ahora que le conocía se quería enterrar en él, en sus delgados brazos e inhalar el perfume de su cuello.

— Jimin escuchó la puerta de la habitación ser abierta, no volteó a ver pues sabía que era Nayeon llevándole la comida de la tarde.

— Los rayos cálidos del sol entraban por el gran ventanal, el cielo anaranjado se podía ver siendo cubierto por las nubes rosadas.

— A menudo pasaban algunos pajarillos cerca de la ventana, el pitar de los automóviles apenas y era percibido tras el ventanal.

— La ciudad se movía con rapidez, aunque Jimin se preguntaba si en realidad era la ciudad o las personas que se movían.

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