Aparición

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27 de noviembre de 1998, un pequeño de tres años estaba sentado a la orilla de la piscina en una silla de playa mientras su madre le ponía el protector solar. Melissa veía al pequeño con cautela desde el techo de la casa, tenía en manos un aperitivo, sentía que sería un lindo día para tomar el sol y sentir el viento mientras vigilaba a su humano. La madre le sonrió al pequeño al terminar de aplicar el protector solar por su cuerpo ...

— Iré por tus flotadores, no te muevas de la silla hasta que mami regrese, ¿de acuerdo? — dijo la madre dándole a su pequeño un patito de hule, el bebé asintió y se quedó jugando en la silla mientras su madre iba a buscar los flotadores.

El demonio se acercó a los arbustos, creía que era el momento oportuno para al fin llevarse el cuerpo del niño. Melissa divisó al demonio transformarse en rana, saltando frente al niño y llamándole la atención. El pequeño saludó al animalito moviendo su pequeña mano en forma de saludo, la ranita fue hacia la piscina, poniendo en alerta al pequeño ...

— No no, piscina no. — murmuró el pequeño Iván acercándose al viscoso animal, Melissa sintió el peligro, estaba justo en la orilla de la piscina, iban a ahogarlo.

El pequeño se arrodilló para tomar al animal verde entre sus dedos y alejarlo de la piscina, el demonio manipuló su peso para desequilibrar al pequeño y provocó que este cayese al agua, Melissa aterrizó frente a la piscina, con el corazón en la boca por la preocupación. No lo pensó más tiempo cuando se zambulló en el agua y tomó en brazos a Iván, con una fuerte patada alejó al demonio, el cual por el impacto volvió a su forma real, el pequeño estaba aterrado al ver a tal criatura frente a el.

Melissa sacó al pequeño del agua y volvió a hundirse para ahorcar al demonio y luchar cuerpo a cuerpo, dejándolo inconsciente momentos después. Salió del agua con la respiración agitada, viendo al pequeño Iván abrazado a sus rodillas, escondiendo su cabeza entre sus piernas mientras lloraba, eso le achicó el corazón. Tomó el rostro del pequeño entre sus manos y limpió sus lágrimas, el pequeño paró el llanto al divisar el rostro del ángel. El ángel sonrió al ver que su llanto se detuvo, un ligero sonrojo se formó en las mejillas del infante ...

— ¿Tu cabecita está bien? ¿No te golpeaste nada? ¿No tragaste agua? — preguntó Melissa revisando el cuerpo del pequeño con preocupación, pero este se limitó al sonreírle con pena.

— Bonita. — dijo el pequeño Iván sonriendo, el ángel sonrió halagada.

— No vuelvas a entrar ahí sin permiso de tu mami, ¿esta bien? ¿Prometes no volverlo a hacer? — dijo Melissa acariciando la cabeza del pequeño, este asentía sin dejar de verla.

Melissa sintió a la mujer regresar a toda prisa, se hizo invisible para irse de ahí a toda prisa, pero el pequeño seguía viendo en esa dirección, como si todavía la tuviese en frente. La madre abrazó al pequeño con preocupación, lo regañaba con ojos llorosos por contacto metido a la piscina solo ...

— Te había dicho que te quedaras sentado, ¿no te había dicho? Gracias a Dios no te pasó nada. — dijo la madre obligando al pequeño a verla a los ojos, pero este seguía sonriente.

— Mami, me salvó. — dijo el pequeño señalando donde anteriormente el ángel lo había revisado.

— ¿De que hablas? ¿Había alguien aquí contigo? — preguntó la mujer viendo a todos lados, el ángel los veía desde lejos, viendo a la mujer regañar al pequeño, se sentía mal por ver al infante llorar, recibiendo un regaño por algo que no fue su culpa.

La mujer volvió a irse al interior de la casa, dejando al pequeño llorando con los flotadores ya puestos. se decidió por alegrarle el rato. Tomó la forma de un pato bebé, haciendo pequeños ruidos desde el arbusto en el que ella se escondía para llamar la atención de Iván. El pequeño alzó la vista en su dirección y corrió a auxiliar al animalito...

— Hola chiquito, ¿estás solito? — cuestionó el niño en su inocencia mientras tomaba en manos al frágil animal, llevándolo a la piscina junto a el.

Melissa veía a todas partes, esperando no encontrarse con más amenazas al bebé mientras este la llevaba al agua. El pequeño la dejó nadar libremente mientras el iba a su lado. Jugaron a tirarse agua entre ellos, los padres del pequeño se despreocuparon por un rato al notar que con quien hablaba era ese pequeño animal amarillo, "solo es un niño" pensaron ellos, así que no lo molestarían por hablarle a los animales, esto alivió al ángel. Iván, media hora después de haber jugado con Melissa, la sacó se la piscina y la secó con su toalla...

— ¿Quieres ser mi patito? Te cuidaré mucho. — soltó el niño sonriendo, Melissa lo pensó un poco, no podía dejarse ver mucho más tiempo, pero no quería decepcionar al pequeño.

De un momento a otro, el pequeño se la había llevado escaleras arriba a su habitación, sin siquiera darle tiempo de pensar en las consecuencias de esto. ¿De donde sacaría un pato idéntico para que el pequeño no sospechase nada? Iván salió de la habitación para buscar cosas con las que alimentar al animal que acababa de adoptar, mientras Melissa suspiraba y regresaba a su forma original. Una voz habló desde la silla mecedora de la habitación, ella volteó e hizo reverencia a su superior...

— La mayoría de veces no te dejas ver, esta vez hasta te transformaste para hacerlo feliz. Te encariñaste con el, ¿cierto? — habló Dios levantándose de la silla mecedora en la que se hizo presente, la chica asintió.

— Se que hice mal al transformarme para algo tan insignificante... pero... se sintió distinto cuando lo vi sonreírme. — respondió el ángel tocando su pecho, pensativa en qué era ese calor que gobernaba en su pecho en ese momento.

— Eso es el cariño que ese pequeño implantó en tu ser, hija mía. Crecerá cada vez más, ese pequeño es muy importante para ti como para todos. — dijo Dios para abrazarla, vio las quemaduras que le habían quedado por haber luchado con aquel demonio y las curó.

— ¿Qué puedo hacer con el asunto del pato, señor? — cuestionó el ángel con preocupación, pues no podía estar transformada en ese animal todo el tiempo para cuidarlo, y Dios comprendió.

Dios juntó sus manos y de sus palmas se oyeron pequeños y leves graznidos, él sonrió y al abrir sus manos, una pequeña bola de plumas amarilla se asomó de entre sus dedos; un patito, exactamente igual al que ella se había transformado. El ángel sonrió, adoraba presenciar esas pequeñas muestras de su poder; como se sabe, si Dios ve que es bueno, así se hará. Mientras la joven ángel veía al pequeño en sus manos, después de ser entregado a ella, escuchó la puerta. Sin ser capaz de camuflarse a tiempo, vio al pequeño Iván frente a frente, Dios ya se había ido, solo estaban ellos con el pequeño pato. El pequeño Iván sonrió de emoción al notar que era ella...

— Señorita, que lindo verla, ¿ya vio a mi patito? — preguntó Iván sonriendo mientras ponía junto a la caja del animal un par de pequeños platos con agua y arroz, ella asintió mientras acomodaba al pequeño en su caja.

— Si, vine a verte y lo vi caminando por aquí, es muy tierno. ¿Ya tienes un nombre para el? — preguntó Melissa sentándose frente al pequeño, el pequeño se lo pensó unos segundos.

— Piquitos. — dijo el pequeño, tanto él como ella se echaron a reír por ello.

— ¿Porqué Piquitos? — cuestionó Melissa, el pequeño le sonrió y dejó al animalito en el suelo.

— Porque los patitos así se ven cuando comen, pareciera que dan piquitos. — el pequeño habló en su inocencia, él ángel no pudo ante tanta ternura, acarició su pequeña y suave mejilla, sonriéndole.

— Me gusta tu forma de ver el mundo. — el ángel dio un beso en la frente del pequeño, el cual se sonrojó al tenerla tan de cerca.

— ¿Quiere quedarse a cenar? Mami va a hacer chilaquiles. — propuso el pequeño, el ángel le sonrió leve.

— Debo irme pequeño, solo vine a ver si estabas bien. — aclaró el ángel, el pequeño asintió y se puso a jugar con el patito.

En un abrir y cerrar de ojos, cuando quiso volver a hablar con él ángel, esta ya no era visible ante el. Melissa lo veía desde la ventana siendo invisible, le gustaba verlo sonreír, jugando con su nueva mascota, era tierno. Seguía sintiendo el revoloteo en su corazón, casi parecía milagroso que ese pequeño le hiciese sentir algo, pues llevaba varios siglos sin sentir algo. El pequeño corrió escaleras abajo a contarle lo sucedido a su madre, pero la mujer no reaccionó precisamente bien. Creyendo que su hijo empezaba a ver cosas que no estaban, decidió con su esposo que llevarían al pequeño a un psicólogo.

Mi Ángel de la GuardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora