Ha pasado tanto tiempo que realmente no recuerdo muy bien este capítulo de mi vida. Me llamo Elisa, todo lo que puedo decir es que el día que ocurrió todo tenía nueve años, que era un día de niebla extrema y estaba en la montaña pasando el día con mis padres. Ese fue el día que aprendí que tan solo en un segundo puede cambiar todo. Llevábamos horas caminando por la montaña y todavía me preguntaba por qué habían elegido venir un día como hoy. Siempre íbamos al mismo punto de la montaña y comíamos a unos pocos metros de una iglesia que por la ubicación debería estar abandonada pero parecía estar reformada y habitada. La verdad es que era preciosa. No era la clásica iglesia en tonos marrones como suelen ser las iglesias antiguas. La iglesia era azul pastel con el techo y los detalles blancos. Había un camino de flores que te llevaba desde la verja hasta la puerta de la misma iglesia y allí dos olivos, uno a cada lado de la puerta. No me preguntéis por qué yo le tenía pánico a las iglesias y todo lo relacionado con ellas, pero era así y reconozco que lo pasaba mal estando tan cerca de una. Aunque esta tenía su encanto me seguía sintiendo incómoda. Mis padres siempre me decían que no me alejara de ellos y yo era obediente, pero ese día sucedió algo extraño. Un rayo de sol se colaba entre la niebla y parecía acariciar los pétalos de las flores que me rodeaban y yo hice un ramillete con ellas a mi padres. Cuando me di la vuelta para darles su regalo ellos ya no estaban. No estaban las cosas, no estaban ellos y me vi con un ramillete en la mano y uno de mis temores a la espalda. No veía nada, me tiré en la hierba y rompí a llorar. Tal como me puse a llorar comenzó a llover, como si el cielo supiera lo que había sucedido y empatizara conmigo compartiendo mi dolor.
Cayó la noche y yo temblaba de frío, en el mismo sitio y en la misma posición. Entonces vi salir humo de aquella iglesia y también como se encendían algunas luces. Muerta de frío, de miedo y con la seguridad de que mis padres no volverían, decidí caminar hacia aquella iglesia y contar lo sucedido. Dejé mis miedos a un lado y recorrí aquel camino de flores que me guiaba hasta la iglesia. Toqué la puerta y enseguida me abrió una mujer de mediana edad que parecía muy agradable. Se presentó como la hermana Julia. No tardé mucho en descubrir que era la mas amable del lugar. Después de explicarle lo sucedido, me estuvo contando, con bastante tacto, que lo mas probable es que mis padres me hubieran abandonado o hubieran muerto, que aquí había un grupo de niños en mi misma situación y que podía contar con ella y los demás el tiempo que fuese necesario. Que extraño. ¿Nadie lo iba a investigar?, ¿No pensaban dar parte a la policía?, ¿Qué iba a pasar conmigo y por que había mas gente como yo? No entendía nada. Me enseñó aquel lugar por encima dando un lento paseo y en uno de los pasillos nos encontramos con un chico joven, pero parecía tener unos pocos años mas que yo. Era pelirrojo, con el pelo de escarola y una sonrisa marcada en la cara. Se presentó como Julen Oria. Puedo prometer que a día de hoy he visto a Julen mal una sola vez.
-Hermana Julia: ¡Julen! -Gritó-
-Julen: estoy justo a su lado hermana Julia.
-Hermana Julia: ¿Podrías acompañar a Elisa a por ropa seca y al comedor para que le sirvan la cena? Gracias Julen, eres un encanto.
-Julen: no hay de que. Mira como está la pobre Elisa. Muerta de tristeza y desorientada. Haré lo que sea para animarle un poco.
-Hermana Julia: yo solo te he pedido que le acompañes, pero vale, está muy bien.
-Julen: ahora es mi reto personal. Elisa, si te agobio me lo dices directamente que yo no me doy cuenta.
Julen me trasmitía buenas vibras. A penas abrí la boca pero Julen me estuvo contando todo sobre el. En tan solo cinco minutos ya sabía su grupo sanguíneo, que su color favorito era el amarillo, que le encantaba el batido de plátano y bueno, toda la historia de como acabó ahí. Que chico tan inquieto, me encanta.
Después de cambiarme y entrar en calor me fui corriendo al comedor sin perder un segundo mas. El comedor era enorme para los pocos que residíamos allí. Cogí una bandeja, me acerqué a las dos señoras que servían la comida y me presenté. Ellas eran la hermana Coraima y la hermana Soledad. Esta última parecía hacer honor a su nombre ya que los niños no le hacíamos mucha gracia y no le gustaba vernos por allí. Una vez me sirvieron la comida tenía que decidir donde sentarme y la verdad, prefería sentarme sola para procesar un poco todo, pero ahí estaba Julen. El estaba sentado con dos chicos mas e insistía en que fuera con ellos hasta que cedí. Eran dos hermanos, Oliver y Arthur Maxwell. A saber que les habría pasado. Costaba creer que eran hermanos. Oliver tenia el pelo negro, los ojos verdes y tenía la piel muy clara y Arthur era rubio, con los ojos marrones y su piel no era morena pero si tenía una especie de bronceado natural. Se llevaban un año. Oliver tenía mi edad y Arty acababa de cumplir los once. Si os digo la verdad era demasiado pequeña, nunca había experimentado el amor, pero fue mirar a Oliver a los ojos y algo cambió dentro de mi.
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SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA LUNA
RomanceElisa es una niña a la que abandonan en la montaña. Se refugia en una iglesia donde se enamora de Oliver. Cuando los dan en adopción prometen reencontrarse, pero el camino es complicado.