Capítulo 4

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Seguimos Caminando
Parte II

Los Ángeles
Abril 1939

Después de que naciera Richard, Susana tenía breves temporadas en las que se sentía muy bien, pero pasaba la mayor parte del tiempo en cama. Richard fue criado prácticamente por mí con ayuda de mi madre y su nana.

Cuando Susana se sentía bien, dedicaba su tiempo a escribir obras que fueron puestas en escena por compañías de teatro experimental, logramos tener un vínculo a través de la lectura y los libros, y el más importante: a través de nuestro hijo.  Ella amaba a Richard más que a nada en su vida y nuestra vida como familia, en realidad no fue tan mala. Ser yo quien prácticamente atendía a Richard me dio la oportunidad de reconciliarme conmigo mismo, de perdonarme, de permitirme ser feliz con lo que la vida me brindaba, Richard fue una salida luminosa ante la soledad y el desasosiego que tenía muy metidos desde niño en mi alma, Susana aunque no podía cuidarlo como ella lo hubiera querido, tuvo también lazos especiales con él, ambos amábamos tanto a ese niño que nos permitió tener una familia y una convivencia feliz.

Cuando Richard se fue a Harvard, la salud de Susana era muy delicada, aunque él se quiso quedar en casa un año más para estar con su madre, ella no lo permitió, Susana murió al inicio del invierno del año pasado. Richard se veía muy triste, pero pareciera que estuvo preparándose estoicamente para el ya esperado acontecimiento, justo acababa de terminar el semestre y no volvimos a regresar a esa casa, pasamos las fiestas en casa de mis padres en Long Island, él regresó a la universidad en enero y yo me sentía un poco perdido, sin un lugar a dónde volver.

Lloré la muerte de Susana, vaya que la lloré, pero en el fondo de mi corazón sabía que era un llanto de libertad.

Fue entonces que recibí una propuesta de trabajo de la Metro Goldwyn Mayer, para sustituir al director anterior que fue removido. Una historia desarrollada en el sur de los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión, “Lo que el viento se llevó” nunca he trabajado en cine, pero, la idea me entusiasmó de inmediato, vendí la casa en la que durante casi 19 años viví con Susana y empecé de nuevo en California.

Fue entonces que mi madre con sus dotes de metiche profesional, aún no sé cómo, logró dar con el paradero de Candy, ella se encontraba trabajando como doctora en el Queen of Angels Hospital en Los Ángeles, mi madre consiguió su dirección y me la dio apurándome en ir a buscarla, a ella no podía engañarla, si alguien sabía de mi dolor escondido por aquella mujer que amé y perdí en pos de cumplir con mi honor y deber, era mi madre.

Después de meditarlo toda esa noche, al día siguiente yo me encontraba esperándola en la puerta de su casa en Sunset Plaza Drive, una casa muy linda de dos pisos con techo a dos aguas, blanca con tejas rojas y una pequeña barda cubierta de una enredadera con flores blancas, una casa que reflejaba absolutamente la personalidad de la dueña.

Afortunadamente ya refrescaba en la tarde porque si no, me habría encontrado bañado en sudor por los nervios de verla de nuevo.

Cuando llegó manejando ella misma su coche descapotable y con sus rizos cortos alborotados por el viento, mi corazón literalmente cantó, ella al verme se estacionó rápidamente y sin pensarlo bajó del coche y se arrojó a mis brazos llorando de felicidad, me invitó a pasar. Esa tarde tomamos té helado, cenamos ensalada, no podíamos dejar de hablar de todo lo que nos ha sucedido, de cómo lleva ella su vida sola lejos de su hija, de lo difícil que fue el último año de vida de Susana, de cómo me reconcilié con mi padre y que junto con mi madre han sido unos abuelos maravillosos para Richard. Ella me confesó que Albert y ella no se hablan más, de cómo su divorcio fue un trámite tormentoso y cansado porque su ahora ex marido le hizo la vida miserable hasta que firmaron ese infame papel, e incluso que el estúpido de Archibald Cornwell le dió la espalda en un mal entendido apoyo para su tío, no así Annie Cornwell que fue la única que siempre estuvo de su parte, defendiéndola a capa y espada, incluso casi a costa de su propio matrimonio.  Con sus tutoras muertas, Candy sólo cuenta con Rosie su hija y con sus amigas Annie Cornwell y Patricia O'Brien, Patty nunca se casó y da clases en Vassar College, una exclusiva universidad femenina en Nueva York.

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