Fedia mágica

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Cuando accedieron por fin a la feria, la estampa era mágica en todos los sentidos. El ocaso copaba el cielo que lucía naranja y morado en contraste con la hierba verde vibrante que alfombraba el lugar. Decenas de atracciones para niños y mayores se distribuían alternadas con puestos de dulces y golosinas, todos con colores vivos y llamativos. Olía a caramelo y a lluvia, se escuchaban risas infantiles y reclamos de los feriantes y había pequeñas hadas revoloteando y dejando una estela de polvos dorados a su paso.

Andrómeda había estado los años previos, así que no le impresionó. Tom y Jerry, los sobrinos de McGonagall, parecían más ocupados en discutir entre ellos. Sin embargo, Bellatrix se había callado por fin y lo miraba todo boquiabierta, girando la cabeza de un lado a otro sin saber dónde atender.

—¿Vamos? –le preguntó Grindelwald.

Bellatrix asintió sin dejar de observarlo todo. Mientras los adultos los vigilaban, subieron en la atracción favorita de Andrómeda: las camas elásticas voladoras. Eran lonas elásticas en las que saltar y hacer piruetas con el aliciente de que gracias al polvo de hada, los niños podían revolotear por el aire durante varios segundos. Bellatrix disfrutó mucho de esa sensación. Después, jugaron a las carreras de escarbatos: se trataba de lanzar bolitas doradas a unas figuras de escarbatos que se movían y quien acertaba más, conseguía un premio. Ganó Andrómeda, tenía mucha práctica, y le dieron una figura en miniatura de un escarbato. Perder enfadó a Bellatrix, aunque trató de disimular.

—Mira, tu atracción favorita –comentó Grindelwald para animarla.

Se trataba de un puesto de batidos en el que podías elegir tantos sabores y complementos como quisieras. En cuanto lo vio, Bellatrix tiró de él hasta llegar. Efectivamente disfrutó diseñando su batido más que con cualquier otra atracción. Se lo tomó mientras paseaban entre los diversos puestos. A Bellatrix le molestaba ser demasiado pequeña para participar en las de puntería o combates, parecían mucho más divertidas y daban mejores premios.

—¡Mida eso! –exclamó señalando un peluche casi de su mismo tamaño— ¡Es un escazbato gigante, lo quiedo!

Era un puesto de fuego por aro: se trataba de ejecutar un hechizo de fuego con una varita que entregaba el feriante y colar las llamas por un aro de cartón sin quemarlo. Era realmente complicado porque las varitas solían tener defectos que dificultaban mucho ganar. Solo podían participar mayores de diecisiete años, pues a veces los conjuros se descontrolaban y además, los niños no podían hacer magia fuera de Hogwarts. Eso puso muy triste a Bellatrix. Grindelwald la intentó consolar:

—Es un timo, enana, el feriante no quiere que ganes, no...

—Pero yo quiedo el escazbato... —murmuró cabizbaja.

El mago la miró con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Lo quieres porque el que ha ganado tu hermana es ridículo en comparación y me estás haciendo chantaje emocional, ¿verdad?

—No sé qué es eso, pedo creo que sí –respondió Bellatrix compungida.

Grindelwald sacudió la cabeza. Observó al mago que jugaba y perdía en ese momento y calculó la desviación y el ángulo de la varita. Le pagó al feriante el sickle que costaba participar y ejecutó el conjuro de fuego a la perfección logrando ganar tres veces seguidas. El encargado se quedó paralizado con la boca a medio abrir. Le sacaron de su estupor los gritos de Bellatrix:

—¡Edes el mejoz, Gelly es el mejoz! –exclamó dando saltitos y aplausos— ¡Mi escazbato, mi escazbato!

De mala gana, el feriante descolgó el peluche del escarbato y se lo tendió a la niña que lo abrazó cerrando los ojos con emoción. Efectivamente, medían casi lo mismo. Le costó bastante encontrar la forma de agarrarlo sin soltar la varita que siempre blandía y poder darle la mano a Grindelwald, pero al final lo consiguió.

La pequeña BellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora