Capítulo único

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Todavía no había empezado a llover cuando aquel maldito mensajero Jin llamó a la puerta del despacho de Jiang Cheng, pero llovería. Siempre llovía por aquellas fechas, como si el cielo mismo quisiera despreciar sus intentos de ser discreto y regocijarse con su desgracia. Le desenmascararía ante las tablillas del Salón Ancestral delante de las que se postraba durante horas heladas, hasta que dejaba de sentir tanto las rodillas como las lágrimas que se le congelaban en las mejillas. Los lagos del Muelle del Loto crecían durante aquellas semanas de otoño y tempestades como un recuerdo de lo que fueron y lo que perdieron, de los que se consumieron en sus lechos pantanosos. Solían alcanzar los límites, y dejaban de ser seguros para los desprevenidos pescadores. A veces se desbordaban, y siempre daban problemas con las plagas de ghouls acuáticos, primero en primavera y luego aquella tan problemática, en otoño. Siempre. En la peor época del año. Cuando la semana acababa, la carga de trabajo acumulado era como un puñetazo en las tripas.

Jiang WanYin podría haberle hecho frente en cualquier otro momento, pero cuando le llegaban aquellas cartas de quejas sentía que él también se desbordaría. Como los lagos. Como los lotos de pétalos mustios, marchitos por el agua que caía sin descanso día sí y día también, poco antes de poder cosechar las semillas. 

Aquel año la lluvia estaba tardando en llegar, aunque no sus sentimientos de culpa, los que siempre acompañaban a las gotas derramadas. No sabía si era un buen o un mal presagio, pero no le gustó.

Con voz cansada, harta, porque empezaba a notar los efectos de aquella época del año tan particular, Jiang Cheng le dio paso al odioso mensajero. Cuando la puerta corrediza se deslizó por sus raíles y recibió a un cultivador Jin, frunció el ceño con desagrado. Emperifollado como si fuera a una boda, brillaba como un pav... como un idiota engreído. Como todos los Jin, por otra parte, porque el único al que había llegado a aguantar mínimamente —y solo como una consideración hacia su hermana y gracias a bastantes meses de esfuerzo por parte de ambos implicados— estaba muerto. Este era un mensajero. Era solo un maldito mensajero enviado desde la Torre Koi para llevarle una puñetera carta. Quién sabe qué querría ahora el bastardo de Jin GuangYao o su estúpido padre. Solo eso. Se atrevía a asegurar que si llevaba el apellido Jin, no sería más que parte de alguna rama lejana de la familia. Un bueno para nada que por eso se dedicaba a llevar la correspondencia entre sectas. Un desgraciado. Así que... ¡¿de dónde salían esos aires de grandeza?! ¡¿Por qué demonios se pavoneaba por su secta como si fuese un maldito dios?!

Ah... esos Jin. Cuánto los detestaba. Siempre eran así. Siempre buscaban afianzar esa inferioridad que sentía latiendo en consonancia con su núcleo dorado, proclamarse mejores al resto del mundo y mejores a Yunmeng Jiang. Los odiaba.

Jiang WanYin chasqueó la lengua con desprecio mientras examinaba de arriba a abajo a ese engreído, desechando la calidad de sus túnicas y de los adornos en su peinado con una mirada llena de odio. Soy el dueño y señor de este lugar, parecía proclamar bajo esos ojos ojerosos, con la llama que solo perdía muy de vez en cuando, y nunca ante un extraño; no te atrevas a desafiarme. No puedes desafiarme. 

-Bienvenido. -Habló en lugar de los insultos que le quemaban en la lengua, sintiendo como Zidian chisporroteaba en su mano, débil muestra de su ira. La detuvo. No tenía tanta energía espiritual en esas fechas como para desperdiciarla en su vanidad, no le haría ningún bien. Lo sabía, pero los ramalazos de irritación eran difíciles de controlar-. No tengo tiempo que perder. ¿A qué se debe esta visita?

-Líder de secta Jiang. -Saludó aquel discípulo anónimo haciendo una honda reverencia en su dirección, porque todavía no había olvidado ni los modales ni el miedo-. Vengo desde la Torre Koi. Me envía LianFang-Zun.

El miedo. Qué gracioso. Jiang Cheng lo pensó mientras notaba un sabor amargo, parecido al de la bilis, extenderse por su paladar. Aquel discípulo —como tantos otros desde el asalto a los Túmulos Funerarios, poco importaba su secta de procedencia— le temía. No debería, en realidad. Si Wei Wu... si el Patriarca YiLing siguiera vivo y no se hubieran corrido los rumores que se corrieron sobre su muerte, no le temería. Pocos lo harían, en realidad, porque le verían como de verdad era. Apenas se le podía considerar un hombre a un chico de veinte años obligado a madurar y a ejercer el mando contra su voluntad. Un muchacho roto por la pérdida, por el dolor y la muerte con la que llevaba años en contacto, hombro con hombro como su más fiel compañera.

Withered [Mo Dao Zu Shi one-shot] [ChengYao]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora