Capítulo 8

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Aunque haya dicho muchos "te quiero" y haya tenido citas, y besado a otros, en el fondo, sólo te he amado a ti.

- Frida Kahlo -

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Adrien Agreste entraba a su oficina a dejarle flores, casi todos los días. Le traía el café a mediodía, o por la tarde, algunos bombones. También le acercaba revistas de países extranjeros, en donde alababan sus diseños. O donde ponían fotos de él, en las que salía bien favorecido.

Ella lo miraba por unos segundos, luego, lo ignoraba. Y seguía su camino, continuaba trabajando.

Después del tremendo desfile, Marinette se volvió más callada aun, y por un buen tiempo, estuvo enfadada. Mandó a Manon a coser botones y reparar roturas, en el taller de manufactura, no en el producción. Luego de dos semanas, Marinette se arrepintió y la trajo de regreso. Manon, casi de rodillas, prometió no volver a hacer nada sin consultar. Marinette sólo miró hacia la puerta, desde donde la miraba un modelo rubio con un ramo de rosas en la mano.

Lo miró fijamente.

Parpadeó.

Lo continuo mirando.

Visto de esa manera, con chaqueta denim, camiseta blanca y pantalón negro, con zapatillas de diseñador, una sonrisa encantadora y el pelo desordenado, visto así, Adrien Agreste no era similar a nadie que hubiera conocido. Todo él resplandecía, de felicidad aparentemente.

Emocionado, él le daba el ramo de flores y se le quedaba observando, como si estuviera deslumbrado.

- ¿Tengo algo gracioso en la cara, Agreste?. - le gruñía Marinette.

Luego ella cogía el ramo y se lo daba a Manon, quien, mucho más sumisa que antes, olía las rosas y las depositaba en un enorme jarrón enfrente de su escritorio. Una vez que las colocaba, la ayudante se despedía de su jefa y salía de la oficina, dejándolos solos. Marinette dejaba de observarlo para seguir con su trabajo, encima de la mesa de diseño.

Adrien entonces, cogía valor, impulso.

Abría la boca, la volvía a cerrar, miraba el piso, la volvía a mirar. Reía un poco, luego se aclaraba la garganta.

- Quería saber si tu quisieras sal.. - murmuraba Adrien.

- No. - Contestaba Marinette, bruscamente.

Ella no levantaba la cabeza, seguía dibujando, se ajustaba las gafas que usaba y continuaba haciendo trazos y coloreando bocetos.

- Vamos sólo por una vez, tal vez quieras ir al cin...-

- No. -

- ¿A comer? -

- No. -

- Podría acompañarte a casa, a tu panadería, ¿sabes? me encantan los croissants, me fascinan. Varias veces he roto la dieta para zamparme uno o dos, algunas veces, ¡incluso rellenos de chocolate!. Pero los de mantequilla, oh, los de mantequilla son absolutamente delicios...-

Marinette interrumpía, siempre, sus disertaciones. Le cortaba amablemente, indicándole que le dolía la cabeza y que por favor, se fuera.

Adrien se disculpaba y salía.

Pasaban unas horas.

Él volvía.

Ella lo volvía a echar.

--Cuando volvamos a vernos--MLBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora