Capítulo 12

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"Dadme a mi Romeo, y cuando muera, lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol".

- William Shakespeare. Romeo y Julieta. -


PENULTIMO CAPITULO

- letras en cursiva, pensamientos.-

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Marinette observaba la punta de sus zapatos blancos. No tenían tacón, eran sólo unas zapatillas elegantes pero cómodas. La falda de su vestido sólo llegaba hasta sus tobillos. Tenía la cintura ceñida, el escote apretado y sendas mangas largas en cada brazo.

Fue el vestido de novia más sencillo que consiguió.

No quería nada pomposo.

Ni un vestido vaporoso, ni tacones de aguja, ni peinados rimbombantes.

Ella se casaba, sí.

Para ella, casarse ese día, la llenaba de miedo y pavor, tenía dudas y desamor. Había dicho que sí, alegre, por supuesto, nadie la obligaba. Pero no era tan fácil, no podía serlo. Miró sus dedos, sus uñas barnizadas, el anillo de compromiso que tenía puesto, luego lo retorció compulsivamente. Suspiró.

Para él, sin embargo, el matrimonio era una cúspide, una cima. La cereza del pastel. Para Adrien casarse significaba empezar una nueva vida, junto a la mujer que amaba. Porque la amaba con devoción y anhelo, con admiración y cariño.

Lástima que ella no sintiese lo mismo.

Con lentitud, y resignación, Marinette Dupain-Cheng se acercó al espejo de su habitación, cogió el pequeño velo de encaje blanco y se lo colocó, sin muchos aspavientos, sobre su cabeza. Ella llevaba el pelo suelto, aunque se había hecho pequeños bucles en las puntas. Para sujetarse el velo, usó una diadema pequeñita pero delicada. Unos pendientes simples colgaban de sus orejas. Un ligero maquillaje, casi imperceptible, acababa de darle una imagen sencilla pero elegante.

Volvió a mirar la punta de sus zapatos.

Volvió a soñar despierta.

Tragó saliva.

Desde el reflejo del espejo, ella pudo ver que detrás suyo, aún estaba su baúl lleno de cosas de él, y al lado de éste, colgado de una percha en la pared, el traje bendito que Adrien Agreste se puso en aquel épico desfile.

Volvió a centrarse en ella. En su imagen.

Se vio de blanco y encaje, se vio vestida de novia.

Tuvo miedo, nuevamente, y supo que no estaba haciendo lo correcto.

Con esa certeza, Marinette retrocedió manteniendo su vista en su reflejo. No, no podía hacerlo. Habían pasado cinco años, pero el dolor le escocía el corazón cada vez que lo recordaba, y lamentablemente, cada vez que algo bueno le pasaba, cada vez que ella reía, cada vez que pensaba que realmente amaba a Adrien, una ráfaga de recuerdos felices y tristes la inundaba de nuevo.

No, no podía. No así.

No con mentiras y no con un amor imposible atravesado en el pecho.

Suavemente, se sentó en su diván, enfrente de su querido baúl repleto de amor y melancolía. Lleno de él.

No, no podía.

No... no lo iba a hacer.

- Mamá. - dijo Marinette, cuando Sabine abrió la trampilla para sacarla del ático y llevarla a la iglesia. - Dile a Adrien Agreste que no iré, que no lo puedo hacer. -

--Cuando volvamos a vernos--MLBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora