Victoria

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—Es una broma. Estás intentado asustarme. Es imposible.

Oliver se pone más nervioso a medida que va hablando y se da cuenta de que no estoy de coñas.

—Que no tío, que el avión está despegando, mira —le digo señalando detrás suya, en dirección a la pista de despegue, donde el avión que se supone que debería llevarnos a casa comienza a volar.

Oliver saca el móvil y comienza a llamar, supongo que a sus padres o a la profesora, cada vez más nervioso.

—No coge nadie. ¡Ay Dios! Nos vamos a quedar en este aeropuerto hasta que alguien se de cuenta de que faltamos.

Pongo los ojos en blanco y saco el móvil. Las 11:45 de la mañana. Sin notificaciones. Vuelvo a apagarlo y miro a Oliver, que se muerde las uñas con nerviosismo.

—¿Cuántas horas hay de vuelo desde aquí hasta casa? —Le pregunto a un Oliver con los ojos llorosos.

—Diez horas más o menos, ¿Por qué?

—A ver, no pueden llamar a nadie en el avión, así que tendrán que esperar hasta llegar al aeropuerto de A Coruña para poder avisar a nuestros padres y coger un avión. Tardaran más o menos dos horas en coger otro vuelo, así que si sumamos esas dos horas de viaje a las diez horas que van a tardar en llegar a casa y otras diez horas en venir hasta aquí,  así que vamos a      estar... 22 horas solos —le digo.

—¡Ay mi madre!

Oliver no puede estar más asustado y parece que está a punto de tener un ataque de asiendad, pero no es mi problema, así que saco el móvil y le mando un mensaje a Julián, mi novio, diciéndole que nos hemos quedado aquí y que le echo de menos. En el último momento borro la última parte del mensaje. Julián no es muy dado a las muestras de afecto.

Supongo que debería explicarte por que estamos yo y Oliver en New York. Solos.

Si soy sincera, la culpa es mía, pero después de años perfeccionando la mentira, tanto a mí como a los demás, ser sincera no entra en mis planes, así que le echo la culpa al rubio que tengo a mi lado, que no es el culpable de nada de lo que ha pasado hoy.

Antes de salir del hotel hacia el aeropuerto, nos asignaron parejas para que no nos perdieramos en caso de que alguno tuviera que ir al baño o a comprar algo de comer, y a mi me asignaron a Oliver. Teníamos que ir juntos a todos lados, y cuatro minutos antes de embarcar, a mi me entró hambre, y, sin hacerle caso mientras me decía que no llegaríamos a tiempo y saltándome las prohibiciones anteriores de los profesores de no ir a ningún sitio sin avisar, me fui a un Burguer King que había visto de camino, con Oliver siguiéndome. Compré la hamburguesa y la fui engullendo mientras corríamos hacia la puerta de embarque. Pero cuando llegamos nos dijeron que el avión ya estaba cerrado y que teníamos que comprar otro billete y esperar a que saliera el otro avión. O eso me dijo Oliver, que es el que se entera de algo de inglés.

Así que ahora estamos perdidos en una ciudad semi desconocida. No es tan mal plan, la verdad. Los profesores nos vetaron un montón de cosas, así que podríamos aprovechar estás horas. Pero algo me dice que Oliver no va a estar por la labor, y bastante le he jodido ya. Aunque todo fuera culpa suya, claro está.

—Una pregunta, ¿cuánto dinero te queda?

Escucho a Oliver y me giro hacia él.

—Cuatro dólares, creo, ¿Por?

—A mi me quedan veinte.

Empiezo a entender por donde quiere ir, y no me está gustando un pelo.

—Osea, que tenemos veinticuatro euros para pasar veinticuatro horas?

—Veintidos horas, pero si.

Ahora la asustada soy yo, así que camuflo mi miedo con la ira.

—¡¿Pero en que mierda te gastaste todo el dinero?! —Le grito mientras la gente nos mira. Me da igual que miren, estoy en New York, no me conoce nadie.

—En regalos y eso... —susurra Oliver mirandose los pies y casi más asustado que cuando se dio cuenta de que el avión se había ido. Sabe que no le conviene enfadarme.

—¡Que regalos ni que leches! ¡Si no tiene a nadie a quien darle nada joder!

Me estoy pasando mucho, como siempre, pero Oliver está llorando como un poseso y yo a la espera de que reaccione, de que diga algo, pero, también como siempre, se queda callado aguántandome en silencio. Así que sigo gritándole un rato más, y soltándole unas cuantas lindezas, mientras él se va haciendo más y más pequeñito. Tiene que espabilar, el mundo no va a ser siempre tan bonito como él piensa mientras se da un bañito en la piscina de su casa de seis habitaciones. Yo solo le ayudo a descubrir una cara del mundo que no conocía, para que luego no se lleva un golpe muy grande cuando no estén mamá y papá para recogerle, como hasta ahora.

Cuando me canso de gritar, me siento en un banco que hay a un par de metros, y espero a que Oliver deje de llorar como un crío. Hoy le he llamado de todo y le he dicho cosas muy fuertes, pero estoy hasta las narices de este niño tan perfecto que nunca dice una palabra más alta que la otra y que tiene el futuro planeado a la perfección. Me apuesto lo que sea a que si le preguntas que hará en diez años, te saca un planning perfectamente estudiado y lleno de detalles, donde te describiría su vida al completo. Es un imbécil.

Entro en Instagram con la WIFI del aeropuerto, que es malísima, y cotilleo las historias de la gente a la que sigo. Nadie sube nada interesante. Trasteo con el móvil mientras observo a Oliver. Ha dejado de llorar, ¡Aleluya!, y está sentado contra una pared, escribiendo en una libretita. Me acerco a él, y espero por su bien que no escriba un diario, porque entonces en dos minutos todo el instituto lo habrá visto. Ya me encargaré yo de que así sea. Pero no. Cuanto llego a su lado veo que es una lista.

—¡¿Pero que haces?! —Me grita mientras cogo la libreta.

Le lanzo una mirada de las mías, de esas de cállate o te saco la navaja, y se queda sentado sin hacer nada. Cobarde. Es una lista de los problemas que tiene ahora mismo, o eso pone en el encabezado, literal. Pone lo de estar solo en New York, la falta de dinero, su madre, y, en mayúsculas, mi nombre. No sabía que fuera un problema tan grande, pero bueno, oye, así seguro que no me monta ningún pollo. Voy pasando páginas hacia atrás, y me encuentro más listas idiotas, hasta que llego a una que me llama la atención: Motivos para suicidarme, escrita el 16-05-2021, hace justo un mes. La lista solo tiene un punto. Mi nombre, de nuevo. Hay que joderse. No me puedo creer que pensara en suicidarse de verdad. Este tío es idiota. Ni siquiera me meto tanto con él. No es para llegar a estos extremos por Dios. Que cobarde. En vez de plantarme cara piensa en hacer esas idioteces.

Le echo a él la culpa, aunque se me acaba de hacer un nudo en el estómago del tamaño de un campo de fútbol. Arranco la hoja, no sé por que, y le lanzo la libreta. La coge al vuelo y me mira. Aparto la vista rápido. Me ha entrado algo en el ojo y lo tengo lloroso. Porque yo no lloro por imbéciles. O eso me repito mientras intento que no se me corra el rímel.

Veo a un señor trajeado con una chica, su secretaria por lo que le va diciendo, y se me ocurre una idea.

—Tengo una idea para soluciona el problema de dinero — le digo a Oliver—. Levántate.

Esto va a ser interesante... todo un reto para Oliver, sobre todo.



Todo lo que odio de las fresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora