Capítulo 1: Primera Parte

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PRIMERA PARTE: Sue


Mi nombre, en aquel entonces, era Susan Trinder. La gente me llamaba Sue. Sé en qué año nací, pero durante muchos años no supe la fecha, y celebraba mi cumpleaños en Navidad. Creo que soy huérfana. Sé que mi madre ha muerto. Pero nunca la vi, no era nadie para mí. Yo era, de ser alguien, la hija de la señora Sucksby, y tenía por padre al señor Ibbs, un cerrajero con tienda en Lant Street, en el barrio, cerca del Támesis.

Ésta es la primera vez que recuerdo haber pensando en el mundo y en mi lugar en él.

Había una chica que se llamaba Flora y que pagaba un penique a la señora Sucksby para llevarme a mendigar a un teatro. La gente solía llevarme a mendigar por entonces, a causa de mi pelo rubio; y como Flora también era rubia, me hacía pasar por su hermana. El teatro al que me llevó, la noche en la que estoy pensando ahora, era el Surrey, en St. George's Circus. La obra era Oliver Twist. Lo recuerdo como algo terrible.

Recuerdo la inclinación del gallinero y el telón hasta la platea. Recuerdo a una mujer borracha que me tiraba de las cintas del vestido. Recuerdo las luces, que daban al escenario una apariencia muy chillona, y el rugido de los actores, los gritos del público. Uno de los personajes llevaba patillas y una peluca roja: yo estaba convencida de que era un mono vestido con un abrigo, de tanto que brincaba. Peor era el perro de ojos rosas, que gruñía; y lo peor de todo era el amo del perro, Bill Sykes, el compinche.

Cuando pegó con el garrote a la pobre Nancy, toda la gente que estaba en nuestra fila se levantó. Alguien lanzó una bota al escenario. Una mujer a mi lado gritó:

-¡Oh, bestia! ¡Malvado! ¡Ella vale cuarenta matones como tú!

No sé si fue porque la gente se levantaba -dio la impresión de que el gallinero también se alzaba-, por la mujer que chillaba, o por la visión de Nancy tendida absolutamente inmóvil y pálida a los pies de Bill Sykes, pero me invadió un terror atroz. Pensé que iban a matarnos a todos.

Empecé a gritar y Flora no conseguía hacerme callar. Y cuando la mujer que había chillado extendió los brazos hacia mí y sonrió, yo grité todavía más fuerte. Entonces Flora se echó a llorar; tenía sólo doce o trece años, creo. Me llevó a casa, y la señora Sucksby la abofeteó.

-¿En qué estabas pensando al llevarte a una chiquilla así? -dijo-. Tenías que haberte sentado con ella en los escalones. No alquilo a mis niños para que me los devuelvan así, amoratados de tanto llorar. ¿A qué jugabas?

Me sentó en su regazo y volví a llorar.

-Vamos, vamos, corderito -dijo.

Flora, plantada delante de ella, no decía nada, y se tapaba con un mechón de pelo la mejilla escarlata.

La señora Sucksby era un demonio cuando perdía los estribos. Miró a Flora y aplastó contra la alfombra sus pies enfundados en zapatillas, al tiempo que se mecía en su silla -era una silla de madera grande y crujiente, en la que sólo se sentaba ella- y golpeaba con su mano gruesa y recia mi espalda temblorosa.

-Conozco tus mañas -dijo con calma. Conocía las de todo el mundo-. ¿Qué traes? Un par de pañuelos, ¿verdad? ¿Un par de pañuelos y un bolso?

Flora se estiró el mechón hasta la boca y lo mordió.

-Un bolso -dijo al cabo de unos segundos-. Y una botella de perfume.

-Enséñamelo -dijo la señora Sucksby, extendiendo la mano. La cara de Flora se ensombreció. Pero metió los dedos por un desgarrón en el talle de su falda y buscó dentro; e imagínense mi sorpresa cuando la desgarradura resultó no serlo en absoluto, sino un bolsillito de seda cosido dentro del vestido: sacó una bolsa de paño negro y una botella con un tapón en una cadena de plata. El bolso tenía tres peniques dentro y media nuez moscada. Tal vez se lo birló a la mujer borracha que me tiraba del vestido. La botella, al quitar el tapón, olía a rosas. La señora olfateó.

Falsa identidad [GL] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora