Capítulo 11

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Como estaba planeado, partimos el último día de abril. La estancia de Richard ha concluido. Los grabados de mi tío ya están montados y encuadernados; me lleva a verlos, como si fuera un regalo.

-Un buen trabajo -dice-. ¿No te parece, Maud? ¿Eh?

-Sí, señor.

-¿Estás mirando?

-Sí, tío.

-Sí. Un buen trabajo. Creo que debemos invitar a Hawtrey y Huss. Les diré que vengan... ¿la semana que viene? ¿Qué te parece? ¿Lo celebramos?

No contesto. Estoy pensando en el comedor, el salón y en mí, en algún otro lugar en penumbra, lejos. Se dirige a Richard.

-Rivers -dice-, ¿le gustaría volver como invitado, en compañía de Hawtrey?

Richard se inclina, parece apenado.

-Me temo, señor, que estaré ocupado en otro sitio.

-Lástima. ¿Has oído, Maud? Una verdadera lástima...

Corre el cerrojo de su puerta. Way y Charles recorren la galería con el equipaje de Richard. Charles se frota los ojos con la manga.

«¡Muévete de una vez!», dice brutalmente Way, pateando el suelo. Charles alza la cabeza, nos ve salir de la habitación de mi tío -ve a mi tío, supongo- y, presa de una especie de convulsión, huye corriendo. Mi tío también se estremece. -¿Ve usted, Rivers, los tormentos a los que estoy expuesto? ¡Señor Way, espero que atrape a ese chico y le dé unos azotes!

-Lo haré, señor -dice Way.

Richard me mira y sonríe. No le devuelvo la sonrisa. Y cuando me tome de la mano en la escalera, mis dedos se revuelven nerviosos contra los suyos.

-Adiós -dice. Yo no digo nada. Se dirige a mi tío-: Señor Lilly. ¡Adiós, señor!

-Un hombre guapo -dice mi tío, cuando el coche se ha perdido de vista-. ¿Eh, Maud? Qué, ¿no dices nada? ¿No te gustará volver a nuestras actividades solitarias?

Entramos en la casa. Way cierra la puerta dilatada y el vestíbulo se llena de penumbra. Subo la escalera al lado de mi tío, como cuando era niña y la subía con la señora Stiles. ¿Cuántas veces la habré subido desde entonces? ¿Cuántas veces mi talón ha hollado este punto y aquel otro? ¿Cuántas pantuflas, cuántos vestidos estrechos, cuántos guantes he usado o gastado? ¿Cuántas palabras voluptuosas he leído en silencio? ¿Cuántas he pronunciado para un auditorio de caballeros?

La escalera, las pantuflas y los guantes, las palabras y los caballeros se quedarán, aunque yo me fugue. ¿Se quedarán? Pienso de nuevo en las habitaciones de la casa de mi tío: el comedor y el salón, la biblioteca. Pienso en la pequeña medialuna que una vez divisé en la pintura que cubre las ventanas de la biblioteca. Trato de imaginarla, a ciegas. Recuerdo una vez en que desperté y vi cómo mi habitación parecía replegarse en la oscuridad y pensé: ¡No escaparé nunca! Ahora sé que lo haré. 

Pero también creo que Briar me perseguirá. O que yo la frecuentaré mientras vivo una vida mediocre y parcial más allá de sus muros.

Pienso en el fantasma que voy a ser: un fantasma monótono y pulcro, que camina para siempre con calzado de suela blanda, por una casa rota, hacia el dibujo de las alfombras antiguas.

Pero quizás, en definitiva, ya soy un fantasma. Porque voy donde Sue y me muestra los vestidos y la ropa interior que proyecta llevar, las joyas que se dispone a abrillantar y las maletas que va a llenar, pero lo hace sin mirarme a la cara, y yo la observo sin decir nada. Me fijo más en sus manos que en los objetos que recogen; noto el soplo de su aliento, veo los movimientos de sus labios, pero sus palabras se van de mi memoria en cuanto las ha dicho. Al final no tiene nada más que mostrarme. Sólo nos queda esperar. Almorzamos. Damos un paseo hasta la tumba de mi madre. Miro la lápida y no siento nada. El día es templado y húmedo: nuestro calzado, mientras caminamos, pisa rocío de la tierra verde que germina y los vestidos le nos manchan de barro.

Falsa identidad [GL] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora