ᴅᴜʟᴄɪs

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Dulce.

Aquella palabra era tan exquisita, el simple hecho de pronunciarla traía consigo una agradable sensación, pues esta guardaba miles de interpretaciones, un sinfín de significados. Pero Hannibal no había logrado encontrar algo que fuera realmente perfecto y delicioso, que hiciera justicia a tal palabra.

Había intentado buscar respuestas cocinando infinidad de postres, un millón de mezclas, de sabores, combinaciones y elaboraciones. Pero aún nada, era como si no existiera algo que estuviera a la altura. Nada digno de llamarse dulce.

Ni siquiera cuando elaboró los postres más suculentos del mundo; ninguno de ellos llegaba siquiera a los talones de llamarlos dulces; y aquello le frustraba de una manera inimaginable, porque sencillamente no podía encontrar algo dulce en su vida.

Se lo había prometido a Mischa, pero ni aún con todos sus esfuerzos había encontrado respuesta a aquella gran incógnita que su pequeña hermana le había concedido en los últimos momentos de su corta vida.

-Hannibal, no quiero que tu vida sea infeliz, solo porque mi hora llegó- Recordarlo aún le generaba una sensación de inmenso dolor en su corazón, era como si por cada fracaso repitiera aquel momento una y otra vez -Sabes, mi único deseo es que encuentres lo dulce de la vida.

Pero que era lo dulce, el aún no lo sabía.

De nuevo seguiría buscando el significado para eso, ese era el único deseo de su pequeña hermana y no la defraudaría. Así dedicara toda su vida a buscar lo dulce, a él no le importaría, porque solo así mantendría vivo el recuerdo de su hermana, cumpliendo su promesa.

Hoy era otro de esos días, una nueva receta había llegado a sus manos, fechada en 14xx esa debía ser la respuesta. Había buscado en diversos lugares, comido en otros tantos y recorriendo el mundo entero para encontrar aquello que fuera los más dulce que pudiera probar en su vida.

Tomo la hoja donde la receta estaba escrita, solo ahí notó que le falta uno de los ingredientes, como podía caber aquella gran equivocación en él, la persona que más control tenía sobre su vida, o es que aquello era una señal divina ~aunque él no creyera en eso~ de que estaba a nada de encontrar la respuesta.

No estaba seguro, pero aún con eso la idea le extasiaba de sobremanera, ahora solo tendría que conseguir dicho ingrediente y regresar lo antes posible para terminar con el martirio que este suceso le provocaba.

Si todo salía bien aquel día cumpliría la promesa de su hermana. Sin vacilaciones, tomó su abrigo del perchero y con las llaves en mano, subió a su Bentley, conduciendo como alma que lleva el diablo, en busca del ingrediente faltante.

Cuando entró en la tienda, ni cerca estaba de imaginarse que el destino le tenía algo preparado ~él nunca había creído en el destino~ pero eso no era importante al final de todo.

Detrás del mostrador le esperaba un muchacho joven, con grandes ojos azules llenos de vida, y unos rizos enredados, le entraron unas ganas inmensas de acariciarlos, aunque él era la definición de un hombre que no se deja llevar por sus instintos.

En aquel preciso instante parecía justo lo contrario, pues quedo embelesado por los labios carnosos y jugosos del muchacho, se le antojo probarlos, saborearlos, degustarlos. Todos esos pensamientos le atravesaban como flechas, y nada tenía sentido.

Noto el movimiento de aquellos labios, pero no entendió ni un poco lo que trataban de comunicarle.

—Disculpe podría repetirme la pregunta —Que embarazoso era aquello, nunca en sus treinta y cinco años de vida había experimentado una sensación así.

~𝘋𝘶𝘭𝘤𝘪𝘴~ ʰᵃⁿⁿⁱᵍʳᵃᵐDonde viven las historias. Descúbrelo ahora