Capítulo IV: La chispa de la revolución

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Para cuando Milo reacciona las explosiones ya casi han llegado hasta él. Corre a esconderse tras un panel expositor, de los muchos que hay repartidos por el parque, en busca de protección. Por suerte, solo le llegan pequeños escombros, piedritas. Siente los oídos taponados y cierto mareo al levantarse. Hay ladrillos por el suelo y muchas casas están en llamas. Se escuchan gritos a lo lejos.

Se queda en shock unos minutos, tratando de recuperarse tanto del golpe como de la sorpresa. Es lo último que contaba con que le sucediese hoy. Nadie esperaría que pasase algo siquiera parecido a esto, para empezar, un día cualquiera sin demasiadas amenazas a la vista. Pero ha ocurrido, y debe ponerse en marcha; no es buena idea quedarse quieto aquí. Aunque, ¿a dónde ir? ¿Qué lugar puede considerar seguro ahora que su sitio preferido de todo Ignis ha estado al borde de volar por los aires...? Su casa probablemente esté en peor estado todavía.

—Joder. Papá, Alai—dice en alto antes de salir corriendo hacia el centro. No es que sea la idea más brillante: se escuchan gritos y es evidente que la situación es peligrosa. Nadie sabe reaccionar. Nadie se lo esperaba. La última vez que la gente de Vestaris se vio contra las cuerdas en semejante tesitura fue en la Gran Guerra, y de eso han pasado ya casi 600 años. Las fuerzas del ejército residentes en el planeta, por ello, llevan demasiado tiempo relajadas. Milo las ve aparecer mientras corre hacia su casa, sorteando escombros. Parecen pollos sin cabeza, incapaces de recordar su entrenamiento, causando más problemas de los que solucionan. 

Milo está a punto de llegar a su calle cuando uno de los coches del ejército le corta el paso. Va a sortearlo cuando una mujer de  complexión fuerte, vestida con el atuendo azul de maniobras del Ejército de Tierra de Vestaris, se baja y prácticamente se abalanza contra él.

—¡Milo! Menos mal. Métete en el coche.

—¿Anja?—pregunta el chico confundido, al reconocer a su hermana mayor. Anja se pasa muy poco por casa desde que se mudó al anillo central para proseguir con su carrera militar. Desde luego encontrársela aquí y ahora no entraba entre los posibles escenarios que Milo había estado recreando en su cabeza mientras corría hacia aquí—. ¿Qué haces aquí? ¿Sabes algo de papá y de Alai?

—Métete en el coche ya—responde bruscamente. Le coge del brazo y tira de él hasta obligarlo a subir en la parte trasera. Con la fuerza que tiene, sería muy complicado escabullirse, protestar o, como había pretendido en un principio, negarse a moverse hasta que de respuesta a sus preguntas.

Antes de que le de tiempo a reaccionar ya están en marcha. El coche repiquetea, avanzando relativamente despacio por la antigua carretera, que ahora está llena de cristales, piedras y ramas. Milo mira por la ventana mientras todavía intenta procesar todo lo que está ocurriendo.

—Anja...—lo intenta de nuevo—. No entiendo nada, ¿qué ha pasado? ¿Están bien papá y Alai?

Su hermana mayor se queda en silencio unos diez segundos que a Milo se le hacen eternos.

—El Frente Revolucionario de Mineros o como quieran llamarse lleva meses preparando una insurrección con todas las letras de la palabra. Creíamos que aún no tendría lugar hasta dentro de unos meses, pero con el revuelo de esta mañana, parece que han decidido adelantarla. Son gente impredecible, temeraria y explosiva, Milo.

—Pero... ¿Y Alastair?—pregunta el joven pensando en el compañero de su hermano al que se encontró hará escasamente una hora. Tiene la esperanza de que el mensaje que quería transmitirle era ese, y que Alai no sabía nada, que no tenía nada que ver.

—Tu hermano estaría metido hasta el fondo—responde Anja en un tono crudo. El interior del vehículo se queda en silencio unos segundos—. No se que ha sido de ellos dos, pero te voy a poner a ti a buen recaudo antes de buscar a papá.

—Estarás de coña...—protesta Milo de inmediato, y por poco no salta al asiento de delante—. ¡Anja, que es tu familia!

—¡Pero tú eres muy importante, Milo! ¡Así que cierra la puta boca, siéntate, y compórtate, joder!—exclama, perdiendo finalmente la calma. Esto si que hace que Milo se quede en completo silencio.

Anja siempre ha sido fría como el hielo. Un témpano hecho persona. Muy prudente, de gran templanza y moderación.  No perdía los nervios desde que era una cría y lloraba por los juguetes que le rompía Alastair, y desde luego no desde que había comenzado su carrera militar. Pero ahora ha elevado el tono y le tiembla la mandíbula. Traga saliva, en un intento de recomponerse y que no se le note el nerviosismo en la voz. Pueden entrenarte toda la vida, pero el miedo real es algo para lo que uno no está preparado hasta que se enfrenta a ello.

—Tienes que irte. Siento no poder dejar que pases por casa, siento esta situación y siento que todo sea tan abrupto. Pero tu hermano la ha cagado y a base de bien. Él y sus colegas, y ahora tú estás en problemas por su culpa. 

—Espera, ¿irme a donde?—pregunta Milo, pero esta vez de manera más moderada, al ser consciente del estrés y la presión a los que está sometida su hermana. Duda que venir a recogerlo ahora y absentarse de su deber se lo haya permitido un superior, y muy probablemente tenga consecuencias...

Pero ella no responde, y no consigue sacarle una palabra más hasta que llegan a una de las bases donde entrena y trabaja. Le ordena ponerse bien la gorra, que no se le vea un solo pelo blanco asomar. Él jamás lo permite, pero no cree que sea el momento de mencionarlo. Baja del coche con cierto respeto, pues se ve a muchas personas ir de un lado para otro, con caras de preocupación, atareadas. 

—Sígueme—dice Anja y le hace un gesto con la cabeza antes de echar a caminar. No es que a Milo le queden muchas opciones, así que enseguida la acompaña. Sortean coches y escuadrones de soldados hasta llegar al edificio principal, pero entran por una de las puertas traseras. Ella le guía por una laberíntica serie de pasillos, puertas y salas. Milo tiene claro que, si le tocase hacer el camino de vuelta a él solo, se perdería. Finalmente le hace pasar ante ella a una sala muchísimo más grande. Tarda unos segundos en darse cuenta que es un hangar militar. 

—¡Anja!—exclama una voz femenina al verlos aparecer. Proviene de una chica que lleva el cabello recogido en una coleta desaliñada y usa bata, de ventimuchos o treinta y pocos. Eso es lo que a Milo le da tiempo a discernir de la mujer, ya que prácticamente enseguida se lanza a los brazos de su hermana—. Menos mal que estás bien. Como no respondías a mis mensajes pensé que te había pasado algo...

—Tranquila, es que todo sucedió muy rápido, no tuve tiempo. Mira... Él es mi hermano, es de quien te hablé.

La mujer se acerca con una sonrisa en los labios. 

—Oh, encantada. Mi nombre es Altha. He oído hablar mucho de ti...—dice, aunque una rápida mirada a Anja le hace darse cuenta casi enseguida de que no hay tiempo para presentaciones—. Seguidme. La nave ya está lista. 

Eso hace que Milo se frene en seco. Ahora ni toda la fuerza de Anja conseguirá que se mueva de su sitio.

—¿Cómo que nave? Yo no me voy a ninguna parte, ¿se puede saber de que estáis hablando?

Anja inspira despacio.

—Ignis ya no es seguro para ti, Milo. Vestaris no lo es. Te lo explicaré muchísimo mejor cuando me reúna contigo, te lo prometo. Pero ahora mismo tienes que irte con Altha. Necesito que confíes en mi. 

El chico que respiraba fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora