— ¡Es hora de irme! —el grito de mi madre hizo que bajara rápidamente las escaleras sin importarme tropezar y caer.
Realmente no deseaba que se fuera, ya que apenas había estado en la casa durante un mes luego de un largo viaje de tres meses fuera del país.
— ¡Madre! —le grito antes de que cruce la puerta y sea tarde para despedirme.
Al llegar a su lado la abrazo como si mi vida dependiera de ella, cosa que definitivamente es así.
Ella es mi rayo de luz, mi gran amor y la mejor amiga que eh podido tener en mi corta vida.—Hija —sonreí al sentir sus labios besar la coronilla de mi cabeza, me despego de su delgado cuerpo y arreglo su chaqueta negra —No peleen y cualquier cosa llámenme.
Asiento en su dirección con un nudo en mi garganta, beso su mejilla y me despido con la mano.
La veo caminar con sus tacones color negro de aguja hacia la camioneta negra donde Joshua la espera con la puerta abierta.Cuando el auto está a punto de arrancar mi hermana baja de las gradas corriendo con su pijama negro y descalza.
— ¡Mamá! —chilla y la camioneta se detiene, mi hermana abre la puerta y abraza a nuestra madre para luego despedirse.
Mientras yo estoy en la puerta de la casa, mi hermana se encuentra en el portón de la casa viendo como el auto desaparece en la primera curva.
Mi hermana gira sobre sus pies mirándome adormilada. Niego con mi cabeza y con mis pies descalzos camino hacia la cocina donde tomo un recipiente y vacío un poco de mi cereal de chocolate con un poco de leche.
Busco en una de las gavetas una cuchara y tomo asiento en uno de los banquillos que están al lado del desayunador donde me dispongo a comer mi delicioso desayuno.
Observo en silencio como mi hermana entra a la cocina en busca de comida, al ver que no hay nada preparado opta por el cereal y leche.
—Pudiste haber despertado más temprano —digo seriamente.
—No grites —se queja poniendo una mano en su oreja y con la otra coloca el plato en el desayunador para luego buscar una cuchara y sentarse al otro extremo de la mesa a comer.
—No estoy gritando —pongo los ojos en blanco —Eso te sucede por llegar a altas horas de la madrugada borracha.
—No estoy para tus regaños —dice rodando los ojos mientras se lleva un bocado de cereal a su boca.
—No te estoy regañando —me encojo de hombros terminando mi cereal.
—Siempre lo haces.
La miro por unos segundos para luego levantarme, poner el plato sucio en el fregadero y lavarme las manos.
—Te toca hacer la limpieza —digo secando mis manos en una toalla amarilla.
— ¡Pero si esta Cecilia! —se queja poniendo la cuchara en el plato y girándose hacia mí — ¿No entiendo por qué hacerlo nosotras?
—También es nuestra responsabilidad —digo caminando hacia la salida de la cocina —Que tengamos dinero no significa que seremos unas buenas para nada.
La miro de reojo y salgo de la cocina no sin antes escuchar una maldición por su parte.
Subo las escaleras a pasos lentos hasta llegar al piso de arriba, camino a mano derecha buscando mi habitación la cual era la última del largo pasillo.
Al llegar a la puerta color marrón de mi habitación entro y cierro la puerta detrás de mí. Camino perezosamente hacia mi gran cama y me tiro de golpe lista para tomar una siesta, ya que apenas eran las seis de la mañana y la primera clase de la universidad iniciaba a las siete y media.