La noche cae con una velocidad inusitada sobre el pequeño pueblo, cubriéndolo con un manto oscuro que parece absorber el calor del día. Laura camina hacia su casa, sus pasos resuenan en la calle desierta, cuando un susurro de viento le trae un olor familiar, pero inquietante, algo que no pertenece. Se detiene, frunce el ceño, y su mano se crispa alrededor de la correa de su mochila. Un parpadeo. La farola parpadea. No debería hacerlo.
—¿Qué demonios? —murmura, clavando la mirada en la luz titilante.
Una sombra se desliza al borde de su visión, pero cuando gira la cabeza, no hay nada. Su respiración se acelera, cada inhalación se vuelve más superficial que la anterior. A su alrededor, las casas parecen más pequeñas, las ventanas más oscuras, como si se hubieran encogido en su ausencia. Algo no está bien.
Diego aparece de la nada, casi chocando con ella. Su rostro está tenso, sus labios apretados en una línea fina que no promete nada bueno.
—¿Lo notaste? —pregunta, sin molestarse en disimular la rigidez en su voz.
Laura asiente, pero no dice nada. No puede. Las palabras se le atragantan en la garganta, atrapadas por la creciente sensación de que algo ha cambiado. Algo vital, pero inasible, como un sueño desvaneciéndose al amanecer. Diego la observa, sus ojos se estrechan, y por un momento parece que va a decir algo más, pero lo deja pasar. En lugar de eso, toma un respiro profundo, intentando contener la ansiedad que amenaza con escapar.
—Es diferente, ¿verdad? —insiste, esta vez en un tono que bordea lo desesperado.
Laura aparta la vista, incapaz de sostener su mirada. Se siente expuesta bajo la luz intermitente de la farola, como si todo lo que estaba mal en el mundo se concentrara en ese punto parpadeante. ¿Diferente? Sí, pero esa palabra ni siquiera empieza a cubrir lo que está sintiendo. La falta de control sobre lo que ocurre le quema el estómago, un nudo que se aprieta cada vez más.
—¿Qué se supone que hacemos? —pregunta finalmente, su voz apenas es un susurro.
Diego se encoge de hombros, pero el gesto no oculta el temblor de su mano cuando se pasa los dedos por el cabello. Ese tic que pensaba que había dejado atrás hace años ha regresado, como un viejo enemigo. Está tenso, los hombros encorvados, con los nudillos blancos por la presión de su agarre en la mochila.
—No lo sé —responde después de un largo silencio—. Pero tenemos que averiguarlo.
La determinación en su voz no coincide con el brillo de sus ojos, se encuentra más inquieto que decidido. Ella lo nota, y por primera vez en mucho tiempo, ve a Diego no como el chico fuerte que siempre tiene respuestas, sino como alguien tan perdido como ella.
Laura siente una punzada de culpabilidad por el alivio que esto le trae. Al menos no está sola en su desconcierto. Pero al mismo tiempo, esa idea la aterra. Si Diego está tan desorientado como ella, entonces... ¿qué esperanza les queda? La risa nerviosa burbujea en su garganta, pero la ahoga antes de que escape.
—Quizás deberíamos... —empieza a sugerir, pero se interrumpe cuando nota que la farola ha dejado de parpadear. Ahora brilla con una intensidad antinatural, iluminando demasiado la calle vacía.
—¿Deberíamos qué? —pregunta Diego, alzando una ceja, pero su tono deja claro que no espera ninguna respuesta que pueda calmar el creciente nudo de tensión entre ellos.
—No lo sé. Olvídalo —dice ella, apretando los labios. Sabe que su tono es más cortante de lo que pretendía, pero no le importa. No ahora.
Diego baja la mirada, y por un momento parece que todo el aire ha sido succionado del espacio entre ellos. Luego, se limita a asentir, su expresión se endurece. Es un acuerdo tácito: ninguno de los dos tiene idea de qué está pasando, pero lo enfrentarán juntos, o al menos intentarán no derrumbarse por el camino.
Ambos reanudan su camino, las palabras se desvanecen en el silencio. Las sombras alargadas se arrastran detrás de ellos, y por un instante, Laura casi espera que cobren vida, que los alcancen. Pero no lo hacen. La noche se queda tan quieta como un cementerio, tan tensa como el resplandor de la farola que no parpadea más. Tan irreal como todo lo que están viviendo.
El aire frío raspa la piel de Laura mientras camina, el frío se clava en sus huesos. No debería hacer tanto frío en esta época del año. Pero de nuevo, ¿qué debería estar ocurriendo ahora? No lo sabe. Todo está mal, pero nada en particular le da pistas. Es solo esa sensación, ese persistente susurro en la parte trasera de su mente que dice que algo ha cambiado, que nada es lo que solía ser.
Y mientras se alejan, sin saber exactamente de qué o hacia dónde, Laura no puede evitar la sensación de que el mundo, su mundo, ha empezado a romperse en pedazos, uno por uno, justo delante de sus ojos.
¡Felicidades, intrépido lector!
Has sobrevivido al prólogo de esta primera edición, que es más un bosquejo que una obra maestra. Sabemos que aún faltan algunas correcciones aquí y allá (¡nada grave, solo esos pequeños errores que ni los personajes notaron!). Pero lo importante es que estás aquí, listo para adentrarte en esta aventura llena de misterio, tensión y, bueno, un toque de caos.
Si te gustó el prólogo, o si te hizo reír, llorar o pensar "¡Esto tiene potencial!", no olvides darle tu voto de confianza. Y, por supuesto, ¡comenta y comparte con otros curiosos! Porque, al final del día, esta historia se disfruta mejor en buena compañía... y con un poco de humor.
Ah, y si encuentras algún error en el camino, ¡finge que fue a propósito! Así, nos ayudas a mantener el misterio... ¡o al menos nos das una buena excusa!
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EFECTO MANDELA | [COMPLETA]
Paranormal¿Adaptabilidad del cerebro o recuerdos de mundos paralelos? Un grupo de adolescentes regresa de una excursión escolar para descubrir que su pueblo ha cambiado de formas que no pueden explicar. Calles familiares parecen diferentes, y eventos que todo...