29. El sacrifico

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El sol comienza a ponerse en el horizonte, bañando el paisaje en un resplandor anaranjado que apenas alivia el peso que Sofía siente en su pecho. La decisión que ha tomado es como una sombra que se cierne sobre ella, oscura y constante, pero sabe que no tiene otra opción. Cada paso que da se siente más pesado que el anterior, pero continúa adelante, empujada por la certeza de lo que debe hacer.

El grupo ha encontrado refugio temporal en una cabaña abandonada, ubicada en un claro del bosque. Las paredes de madera son viejas y crujen con cada ráfaga de viento, pero el lugar es acogedor, un respiro del caos que han enfrentado. Sin embargo, para Sofía, este respiro es solo un recordatorio de la inevitable decisión que debe tomar.

Javier está encendiendo un fuego en la chimenea, sus movimientos son lentos, casi mecánicos. A pesar de todo lo que han vivido, sigue luchando por mantener el control, por mantener la calma. Pero Sofía ve la tensión en sus hombros, la forma en que sus manos tiemblan ligeramente cuando cree que nadie lo está mirando.

Valeria está sentada cerca de una ventana, observando el cielo con una expresión perdida en su rostro. Sus ojos, normalmente tan llenos de vida, ahora parecen apagados, como si la realidad que han enfrentado hubiera drenado toda su energía. Diego y Laura están sentados en silencio, uno al lado del otro, pero no se miran. El aire está cargado de una pesadez que ninguno de ellos puede sacudir.

Sofía sabe que este es el momento. Si espera más, si deja que la duda la consuma, podría no ser capaz de hacerlo. Y si no lo hace, todo lo que han logrado hasta ahora, todo lo que han sacrificado, podría ser en vano.

—Necesito hablar con ustedes —dice Sofía, su voz es baja pero firme, cortando el silencio de la cabaña.

Javier se vuelve hacia ella, sus ojos se encuentran con los de ella, y por un momento, ella ve la preocupación en su mirada. Valeria aparta la vista de la ventana, y Diego y Laura levantan la cabeza, mirándola con expectación.

—¿Qué pasa, Sof? —pregunta Javier, su voz es suave, pero en su tono hay una nota de alarma.

Sofía respira hondo, sintiendo que sus manos comienzan a sudar. Se obliga a mantener la calma, a no dejar que su voz tiemble. No puede mostrarles cuánto le duele esta decisión, no puede permitir que vean su vulnerabilidad.

—He estado pensando en lo que descubrimos en el edificio —comienza Sofía, su tono es controlado, aunque cada palabra le cuesta un esfuerzo inmenso—. Sobre las brechas, sobre la realidad que ha sido alterada. Y creo que... creo que hay una forma de cerrarlas.

El grupo la mira en silencio, sus ojos reflejan la confusión y el miedo que sienten. Sofía puede ver las preguntas formándose en sus mentes, pero continúa antes de que puedan hablar.

—He estado sintiendo... algo, desde que salimos de ese lugar —continúa Sofía, tratando de mantener su tono neutral—. Como si hubiera una conexión entre mí y las distorsiones que hemos experimentado. Como si... de alguna manera, estuviera vinculada a las brechas.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Valeria, su voz es un susurro cargado de temor.

Sofía se obliga a mantener la mirada firme, a no desviar la vista de sus amigos. Sabe que lo que está a punto de decirles los lastimará, pero también sabe que no tiene otra opción.

—Creo que yo soy la clave para cerrar las brechas —responde Sofía, su tono es firme, aunque su corazón late con fuerza en su pecho—. Pero para hacerlo... tendré que sacrificarme.

El silencio que sigue a sus palabras es ensordecedor. Valeria la mira con incredulidad, mientras que Diego y Laura parecen congelados en sus asientos, incapaces de procesar lo que acaban de escuchar. Javier da un paso hacia adelante, sus ojos se llenan de una mezcla de miedo y furia.

EFECTO MANDELA | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora