Pizza y monito

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Tras marcharnos de la biblioteca una ráfaga de aire helado golpeó mis mejillas, en Dark Hills siempre las temperaturas descendían unos cinco grados centígrados al ponerse el sol. Mi querida amiga castaña caminaba a mi derecha y Sara se recolocaba su bufanda rosa chillón, en un intento de resguardarse del frío.

—Marina se va a disfrazar de adinerada y va a besar a Brunito—.Canturreó mi pesadilla de cabello amarillo brillante con burla.

—Sarita déjalo ya, se me están congelando los dedos de los pies—.Scarlett verbalizó hastiada.—Y tú,—me apuntó con su fino dedo—¿qué tramas?

Sus pardos ojos escudriñaron mi rostro en busca de una señal que le narrara mis intenciones ocultas; sin embargo, me mantuve impasible, todavía precisaba algo de tiempo para meditar mis próximos movimientos, ya que, si quería que el plan tuviera éxito, debía prever hasta la dirección en la que los "pájaros" volarían para evitar que me picaran.

—Nada demasiado peligroso, mañana nos vemoschicas, buenas noches—.Murmuré desviando la conversación y abrazando a ambas.La urbanización de Sara se ubicaba al cruzar la avenida principal y la de Scarlett, justo una calle detrás de la suya; por otro lado, mi apartamento se situaba a las afueras del diminuto municipio. Apresurada me separé de ellas y tomé el camino más resguardado. Quizás la persona que ayer descargó el revólver asista al baile, o con un poco de suerte, alguien conocería el por qué aquellos adultos disputaban, y yo analizaría a todos los invitados hasta dar con la respuesta.



Mi diminuta casa se encontraba sumida en un silencio tétrico, el repiqueteo del agua cayendo y el vapor que se escapaba del cuarto de baño me avisaron de que mi hermano pequeño, Nico, se estaba duchando. Aliviada, me encaminé a la cocina y revisé todos los cajones hasta dar con una pizza congelada para recalentar en el horno.

Todos los jueves, mis padres cenaban en su restaurante italiano favorito, por ende, me tocaba preparar la cena y cuidar del revoltoso adicto a los ositos de gominola.

Mientras la pizza se calentaba decidí ponerme mi pijama de estrellitas plateadas y coloqué los cubiertos, platos y vasos necesarios sobre la mesa. Cuando me senté en el sofá para descansar un poco, una punzada de dolor me recorrió el cráneo, ¿por qué no recordaba haber estado con Bruno anoche?

— ¡Hermanita!—Sentí cómo unos delgados brazos me rodeaban el cuello y una sonrisa adornó mis labios.

— Hola a ti también, monito—. Musité con ternura.

— ¿Qué vamos a comer?—Su mirada resplandecía con felicidad, y en ese momento, solo deseaba que nadie nunca la apagara.

— Pizza de beicon y queso—. Le desordené el cabello y le hice a un lado para ir a revisar si la comida ya estaba lista. Cuando me aproximé un olor a quemado azotó mis fosas nasales.

Mierda.

Mierda.

Mierda.

Cubrí rápidamente mis manos con unos guantes y retiré la masa circular (o lo que quedaba de ella) de la bandeja. La deposité en la encimera de granito soltando un sonoro suspiro y la observé fijamente como si de un puzzle se tratara. Los bordes se habían ligeramente oscurecido pero todo lo demás seguía en un estado "comible".

Nico y yo engullimos la pizza en menos de cinco m minutos, luego encendí la televisión y él eligió ver uno d de esos documentales de animales que tanto le gustaban. Apoyó su cabecita en mi hombro, sus párpados se cerraron y creo que yo me dormí con él.

─Haced los ejercicios tres, cuatro y cinco de la página 203 para el lunes. Que tengáis un buen fin de semana─. La profesora Griffins guardó sus pesados libros en su negro maletín.

─ ¡Igualmente señorita!─Coreamos alunísono, alegres de albergar veinte minutos de descanso más el recreo.

No obstante, todo entusiasmo fue interrumpido por la alarma de emergencia. 

Huir no es la soluciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora