Capítulo XXIV: Flores

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Gabriel Campos.

Siguiendo las indicaciones del silencio expresado por Sol, dejó claro que no le interesaba en ningún sentido. Su apatía por mi ser, dolió muchísimo más que todas las penurias que recibí a lo largo de mi porvenir. Aún no digería que la mujer que amaba, me rechazó por las acusaciones vacías de Echeverri y que me traicionó con mi desdeñable enemigo, Víctor, al cual mi entorno lo clasificaba de mentiroso, aprovechador y, sobre todo, mujeriego empedernido.

Sin embargo, no declinaría a su favor, permitiendo que se quedara con mi chica.  Lucharía hasta recuperarla, así costara el resto de mi tiempo de juventud. No soportaría que otro le diese falso amor que, tal vez, ganó hablando mal de mi proceder. Y, alimentando mi incentivo de desarrollar un infalible plan, el chico que la cortejaba era capaz de abandonarla después de que se aburriera. En ese punto, tenía experiencia de sobra.

Deseché las ideas que incluyeran a Víctor y me centré en la mujer. Lo único normal que se me ocurrió fue persistir en la entrega de flores, pero esa técnica no daba resultado, así que debía pensar un poco más. De forma inesperada, llegó la moción que la cambiaría formidablemente y la que modificaría su percepción de mí, se trataba de: evitar esconderme en letras vagas y darle la cara.

Acababa de ver una imagen en el Facebook oficial de la empresa del padre Víctor que delataba su presencia en las juntas de trabajo, así que si corría con suerte y esa foto era nueva, podía visitar a Sol sin inconvenientes que la perjudicaran. Decidido, cogí lo primero que vi en el guardarropa, me lo puse, salí de la habitación y luego de casa. Encendí el auto, me dio gusto que el aromatizante estuviese cumpliendo su trabajo a la perfección. El camino fue largo y muy sereno, al nivel que ni siquiera me tomé la molestia de colocar mis canciones preferidas.

Descendí del vehículo, dirigiéndome a la venta de plantas. Necesitaba obsequiarle la flor que la caracterizara y que mejor que las rosas blancas, debido a que eran auténticas y bellísimas al igual que ella. Procurando la perfectibilidad, las llevé a mi nariz y las olfateé, sintiendo caricias de la exquisita fragancia; después besé sus pétalos y las acaricié con delicadeza y ternura.

Emprendí mi ruta hacia la morada de los Fuentes y, sin desviar mi campo visual de las calles, me sumergí en los episodios acontecidos en compañía de Sol; en especial, aquellos que influyeron en la nutrición de nuestro ávido amor de adolescentes y lo fortalecieron al grado que, aun estando distanciados por su terrible decisión, alcanzó arrastrarnos a la realidad de ser indispensables el uno para el otro. En conclusión, ella jamás podría suprimir lo que sentía por mí, así aceptara realizar lo imposible por ello.

Aparqué el automóvil al frente de su vivienda y descendí de él. Toqué el timbre, inquiriendo en la decoración del jardín delantero, posteriormente repasé el presente que sostenía y contemplé a una empleada abrir la puerta. Estaba con uniforme de trabajo, maquillada en exceso y agarrando la escoba, me regaló su mirada de desprecio; alzando el tono de voz, preguntó a quien buscaba. Entre dientes, mentí diciendo que se trataba de la chica de dieciséis años.

—¿Por qué rayos busca a la niña? Dígame su nombre, por favor—casi sin aliento, me presenté como el profesor universitario Campos y exigí el justificativo pertinente que explicara por qué las notas de la joven, estaban rondando por el cero. Frunció el ceño, sin entender—. ¿Usted evalúa a Ángeles? ¡Guao! Qué evolución tan inservible, en fin, ya llamo a la señorita.

Quedé estupefacto por su descarada ofensa; sin embargo, lo mejor era que la olvidara y me      riera de su amargada actitud. Tal vez había atravesado una diatriba laboral o personal y, por consiguiente, quería cobrársela; pero, ignorando lo acontecido, la señorita me pareció muy agradable. Bajándome de la nube en la que me encontraba, alguien más se apareció en frente mí, enseñando su lujosa ropa. Inmediatamente, reconocí que se trataba de la hija menor de los Fuentes, así que, aliviado, suspiré y le saludé, sonriente.

Depresión de una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora