Capítulo 3: "Howland Y Brigth"

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La respiración de la joven era arrítmica, sus ojos se presionaban con fuerza.

Una muchacha unos años menor veía a su padre en la camilla de hospital, su respiración débil, la máquina de signos vitales sonaba cada cierto tiempo, dando a conocer que eran muy bajos.

La joven adolescente soltaba lágrimas silenciosas mientras sostenía la mano de su padre.

Sintió como su mano fue presionada, elevó la vista para ver al hombre, sin cabello, parecía 20 años mayor que hace solo unos meses.

-Papá - emitió dulcemente - ¿necesitas algo? - preguntó levantándose de la silla sin dejar de tomar su mano.

El hombre sostuvo más fuerte su mano, la máquina pitó mientras el hombre dejaba de respirar y sus ojos se cerraban, dejando de ejercer fuerza en la mano de la menor.

-No - dijo la joven incrédula - ¡Enfermera! - pidió ayuda rápidamente - Papá, no - dijo la joven llorando.

Lloraba a cántaros.

-¡Por favor no me dejes sola! - rogó en lágrimas, las enfermeras llegaron, sacándola del lugar, viendo al hombre solo y sin vida. La presión en su pecho era dolorosa y presionaba con fuerza.

Sintió como el aire no llegaba a sus pulmones, tratando de respirar. Poniendo sus manos en su cuello tratando de quitar algo que no había.

-No - fue lo último que dijo antes de quedar inconsciente en medio del pasillo del frío hospital donde su padre había perdido la vida.

La joven abrió los ojos de golpe, llenos de lágrimas, parpadeo tratando que no salgan.

La habitación blanca, la lámpara en el techo que alumbraba tenuemente. La silla cómoda de color negra en la que se encontraba la joven, la ventana dejando ver las gotas de lluvia resbalarse por el vidrio de manera rápida. La puerta cerrada y la persiana también.

La mujer que se encontraba sentada frente a Allesia se encontraba bastante afligida por la confesión de la joven. Su cabello rojizo cayendo por detrás de sus orejas, su pelo corto y sus aretes en forma de aros. Sus lentes negros que le permitían ver mejor cuando escribía. Su falda negra hasta las rodillas y su blusa blanca que tenía sus mangas dobladas a la altura de sus codos. Sus altos tacones negros que eran tan elegantes como ella misma. Lauren. Una mujer de 39 años, pero que se veía de 30. Una mujer seria y fría, pero comprensiva y atenta.

La psicóloga del centro, la mujer que ayudaba a todos en ese penumbroso lugar.

-Tranquila, Alle - dice la mujer buscando la tranquilidad de su paciente - respira, por favor - pidió.

-Estoy bien, doctora, Dickelson - aseguró Allesia tratando de sonar en calma.

-Me alegra - admite la doctora - ¿deseas seguir o te gustaría para aquí? - consulta con tranquilidad.

-Me gustaría dejarlo aquí - admite la joven con serenidad.

-Bien, de todas maneras hemos progresado mucho, estoy orgullosa por ello - felicita la mujer, la joven sonrie levemente - conseguirás la medalla de los dos meses, ¿verdad? - consulta la mujer con curiosidad, la joven asiente - ¿Cómo te sientes por eso? - sigue con la pregunta.

-Me siento bien - admite - me siento orgullosa conmigo misma - ve al techo - siento que papá hubiera estado orgulloso, bueno, no debería estarlo si no hubiera hecho todo lo que hice en un principio - se da una reprimenda.

-No pienses eso, Alle, permítete estar orgullosa de tus logros, lo que pasó no lo puedes cambiar, de nada te va a servir pensar en que hubiera sido si... piensa en que será - aconseja la mayor, la joven sonrie.

Mi Escondite SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora