Capítulo I

55 6 14
                                    

Hoy hace frío al igual que aquel día, cuando desperté desnuda y me encontré en un bosque desconocido. No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que escuché mi propia voz, tan sólo sigo caminando, descalza, cruzando mi brazo derecho hacia el lado izquierdo de mi cadera baja, al tiempo que reposo la mano izquierda sobre el hombro contrario. Es patético pensar que cubro algo haciendo tal cosa.

Mientras camino, escucho y veo las hojas de arce crujiendo bajo mis pies. No sé dónde estoy, pero me gusta la capa de colores rojizos, naranjas, amarillos, y de tonalidad seca de cada hoja que piso en el suelo.

De alguna manera esto me recuerda a esa tarde en la que decidí pararme sobre el sillón frente a la ventana, para preguntarle a Dios sí él era mi papá. Creo que mi papá se ha olvidado de mí.

¿Qué estará haciendo mi madre? ¿Llora mi ausencia? ¿Me echa de menos? ¿O habrá concentrado sus energías en mis hermanos menores y en la hija que dejé atrás? 

Antes de preguntarme qué cosa pasará por la mente de mi hija a causa de mi partida, me pongo a pensar en mi perro mestizo. Seguro que de entre mis hermanos y mi padre es mi perro quien me extraña. Especulo que los demás deben sentir alivio al no tener que verme, o quizá estoy equivocada.

Mientras continúo avanzando, me pregunto hacia dónde me dirijo ahora, y en qué momento volverá a anochecer.

Desde que desperté en aquel sitio no he visto la luz del sol brillando como en un día de verano. Tampoco he podido cruzarme con otro ser humano, tan sólo con un siervo que me miró acercándomele a paso lento. Bueno supongo que sí me vio, aunque nunca lo sabré a ciencia cierta.

No he comido o probado ni una gota de agua sabrá Dios desde hace cuánto. No padezco las necesidades básicas de un ser humano. Tan sólo sé que sufro a causa de lo desconocido y de lo que he dejado en mi pasado. 

Mis emociones se han intensificado y he notado mucho que cada vez que me encuentro pensativa o melancólica, la niebla que siempre me rodea se vuelve más espesa.

No tengo idea de dónde vengo y mucho menos hacia dónde voy. 

Paso mi tiempo libre —que es todo lo que tengo— caminando sin rumbo fijo, y hablando sin hablar conmigo misma para así tratar de no olvidar quién soy. 

Me repito que mi nombre es Cameron Bailey, pero es todo lo que ha quedado de aquel interminable mantra que especulo solía recitar incansablemente. 

Mientras más pasa el tiempo que parece ser aún más inestable que yo misma —si es que puedo referirme a mi persona como algo existente— más me pierdo y menos sé de mi, excepto por esa vez, cuando me subí en ese sillón y todo lo que acaeció en días postreros a ese año.

Me repito mi nombre una y otra vez, seguido de una pequeña frase que no llegará a nadie puesto que he perdido la voz.

Si alguien me escuchara, le diría lo que he descubierto, y le pediría que lo comparta con aquellos cuyos corazones aún bombean sangre y que concentran sus energías en lo que harán el día siguiente. 

Nos enfocamos tanto en el futuro, que olvidamos apreciar el presente. Nos enfrascamos en lo que queremos y no en lo que tenemos.

Mi mente no puede dejar de visitar aquel recuerdo, de ese día cuando mi padre me castigó por primera vez y después como si fuese cosa del arrepentimiento que sufrió, me cargó en su nuca y me llevó a la parte alta del terreno donde se situaba nuestra pequeña casa de madera.

He creído firmemente en que somos producto de lo que nos forma en nuestro hogar cuando niños, y de cada experiencia vivida en el proceso de crecimiento. Tal vez esto suene ignorante pero, no soy una gran pensadora tampoco. Así que me disculpo a mí misma.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 06, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

De regreso a la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora