𝗖𝗔𝗣𝗜𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟮.

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—Sucedió en plena noche—decía SeongHwa mientras sacaba pecho—. Tenía un arañazo en la rodilla y, de repente, empecé a sentir una quemazón...Cuando aparté las mantas, ya no estaba.

El aula tenía una pared en curva y dos rectas. En el centro había un gran horno lleno de piedras de quemar, y la profesora siempre daba vueltas a su alrededor mientras le impartía una clase, haciendo rechinar las botas en el suelo. A veces, HongJoong contaba cuántas vueltas daba a lo largo de una clase. Nunca eran pocas.

Alrededor del horno había sillas metálicas con pantallas de cristal fijadas frente a ellas en ángulo, como si fueran tableros de mesas. Brillaban, listas para la lección del día, pero su profesora todavía no había llegado.

—Pues enséñanoslo—le dijo otra compañera, Rosé, que siempre llevaba bufandas con mapas de Thuvhe bordados, como una verdadera patriota, y nunca confiaba en la palabra de nadie. Cuando alguien afirmaba algo, ella arrugaba su pecosa nariz hasta que esa persona demostraba su afirmación.

SeongHwa se acercó una navajita al pulgar y se pinchó con ella. La sangre formó una burbuja en la herida, e incluso HongJoong, sentado solo al otro lado del aula, vio que la piel empezaba a cerrarse como una cremallera.

Todo el mundo obtenía un don de la corriente al hacerse mayor, cuando el cuerpo empezaba a cambiar; a juzgar por lo pequeño que era HongJoong a sus catorce estaciones, eso significaba que todavía le quedaba un tiempo para recibir el suyo. A veces los dones iban por familias y a veces no. A veces eran útiles y a veces no. El de SeongHwa era útil.

—Asombroso—dijo Rosé—. Estoy deseando que llegue el mío. ¿Te imaginabas lo que sería?

SeongHwa era el chico más alto de la clase y, cuando hablaba con alguien, procuraba acercarse mucho para que su interlocutor no olvidara ese detalle. No hablaba con HongJoong desde la última estación y, en aquel momento la madre de SeongHwa había comentado mientras se alejaba: «Para ser uno de los agraciados con un destino, no es gran cosa, ¿no?».

SeongHwa le había contestado: «Es bastante agradable».

Pero HongJoong no era «agradable»; así llamaba la gente a las personas que hablaban poco.

SeongHwa echó un brazo sobre el respaldo de la silla y se apartó de los ojos un mechón de pelo oscuro.

—Mi padre dice que cuanto mejor te conoces, menos te sorprende tu don.

Rosé asintió con la cabeza para darle la razón, y la trenza se le deslizó por la espalda. HongJoong apostaba lo que fuera a que Rosé y SeongHwa empezarían a salir antes de que acabara la estación.

En aquel momento, la pantalla que estaba colgada cerca de la puerta parpadeó y se apagó. Las lámparas de la habitación se apagaron, también, al igual que las del pasillo, cuya luz entraba por debajo de la puerta. A Rosé se le quedó la frase paralizada entre los labios. HongJoong oyó una voz alta que procedía del pasillo, además del chirrido de su silla cuando la echó hacia atrás.

— ¡Kereseth...!— le susurró SeongHwa a modo de advertencia.

Sin embargo, HongJoong no entendía por qué debía darle miedo asomarse al pasillo; tampoco es que le fuera a saltar un monstruo encima.

Abrió la puerta lo justo para pasar y se inclinó para ver lo que había en el pasillo de fuera. El edificio era circular, como muchos de los edificios de Hessa: los despachos de los profesores estaban en el centro y las aulas alrededor de la circunferencia; el pasillo servía como separación entre ambas zonas. Cuando se apagaron las luces, estaba tan oscuro que HongJoong veía gracias a las luces de emergencias, que despedían un resplandor naranja en lo alto de cada una de las escaleras.

𝐋𝐀𝐒 𝐌𝐀𝐑𝐂𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐔𝐄𝐑𝐓𝐄 ⸺ kim hongjoong.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora