Corren por el bosque, dos niñas, riendo y chillando mientras esquivan las ramas más bajas de los árboles y evitan tropezar con piedras para no caerse. Apenas rozan los seis años, una de ellas es rubia, con unos grandes ojos azules, y algo mas alta que la otra, de pelo negro, piel pálida y ojos de un azul frío, penetrantes. Atraviesan el sendero que lleva hasta la playa, pero, en lugar de dirigirse a esta, giran en dirección al acantilado. Se acerca una tormenta, sopla el viento y las olas son más altas que nunca, por lo que el lugar les proporcionará una vista increíble del mar y las olas. Las niñas llegan al acantilado, jadeando debido a la carrera. La de pelo oscuro se acerca un poco al borde, permitiendo que el viento revuelva su cabello y el agua le salpique en la cara, contemplando el horizonte y respirando la brisa con ojos brillantes. La rubia, en cambio, está inquieta, y reprime un grito cuando ve a su amiga acercarse al borde del saliente.
- Relájate, Gwen. No pasa nada, es sólo viento. No me puede hacer daño.
Llevan ya allí un rato, cuando el viento comienza a soplar más fuerte, y la rubia, Gwen, con la voz cargada de preocupación, llama a su amiga.
- Tenemos que irnos ya, Aura. No es seguro estar aquí con este viento.
- De acuerdo - contesta ésta. Solo deja que vea una ola más y volvemos.
En ese momento, el viento comienza a soplar con más fuerza, y una enorme ola comienza a tomar forma en el horizonte.
La niña se dispone a apartarse, pero el viento sopla con demasiada fuerza, dificultando sus movimientos, mientras que la ola se acerca a gran velocidad, está a unos pocos metros del acantilado, de la niña.
- ¡Aura! - grita Gwen, desesperada - ¡Rápido! ¡Tienes que volver!
Lo último que ve Aura antes de caer hacia el borde del acantilado, arrastrada por la ola, es la expresión desesperada de su amiga. A lo lejos la oye llamarla, gritar su nombre, pero es tarde.
Entonces llega. No sabe lo que es, pero la atrapa en el momento en que llega al agua. Avanza entre las olas hasta llegar a la orilla de la playa, donde la deposita suavemente, y acto seguido desaparece, sin dejar rastro, como una sombra entre las olas.