Las gotas formaban patrones y figuras en el cristal, no sabía si reales o imaginarias. Reflejadas detrás de ella veía las siluetas reales del personal del hospital, con esos enormes trajes que les cubrían hasta el último centímetro de piel.
Por fin se había desprendido del tubo para respirar y se permitía andar algunos pasos por la habitación. El blanco lunar del techo le pareció amenazante, como un planeta de atmosfera poco acogedora; ansiaba volver a su microcosmos habitual.
Una enfermera hizo su aparición, mostró su sonrisa y le dejó la comida. No podría haber pedido mejores habitantes para este planeta.
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