Propiedad Privada

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– ¡Cerdo! – Fue lo que dijo Amber (mi conquista de la noche anterior) antes de cruzarme la cara e irse ofendida. «Mujeres» ¿Por qué les costaría tanto entender que después de conseguir lo que quiero ya no me interesa volver a saber de ellas?

– Charlie sírveme otra copa. – Pedí (tratando de quitarme de la cabeza la bochornosa escena de hace unos instantes).

– ¿Otra vez problemas con las chicas? – Pregunto él (conteniendo la risa).

– Perdóname por ser libre, había olvidado que eres «un hombre castrado».

– Jajaja, no amigo, a mi no me han castrado, tuve la suerte de encontrar a una mujer maravillosa, y ahora estoy felizmente casado. – Tonterías (pensé). ¿Cómo podía ser feliz sabiendo que follaría el resto de su vida con una sola mujer? De solo pensarlo me daban escalofríos.

– ¿Sabes lo que pasa Stein? Solo el amor verdadero hace que ya no sientes la necesidad de tirarte a todo lo que camina, en una pareja la fidelidad no es más que respeto mutuo.

– Siento discrepar, pero ahí afuera la mayoría de hombres son como yo, la diferencia es que ellos contraen matrimonio y siguen siendo promiscuos fuera de sus casas.

– Que la mayoría sea como tú no significa que todos lo seamos.

– Quizá tengas razón. – Respondí, y finalizo la conversación.

  

   Una parte de mí sabía que habían personas como Charlie (aunque fueran pocas), jamás había negado que «el amor verdadero» existía, pero seamos realistas, muchas personas mueren sin encontrarlo, así que se podría decir que él era un hombre afortunado.

  

   Mientras estaba inverso en mis pensamientos, un aroma cítrico invadió el ambiente, y cuando me gire, la dueña de aquel perfume se sentó en un taburete junto a mí. Ella estaba de espaldas (lo que me impedía ver su rostro), con las piernas cruzadas, peinando con las manos su largo cabello.

– Un capuchino por favor. – Le dijo a Charlie (y él se lo sirvió con una sonrisa).

   No puedo negarlo, me gustaban todas, pellirrojas, rubias y morenas, pero las últimas eran mis favoritas, y si encima tenían una voz tan sensual como ella, no se me podían escapar.

– Charlie añade lo de la señorita a mi cuenta. – Dije (mientras ella se giraba para mirarme por primera vez).

   Sus ojos oscuros me analizaron sin interés, y pensé que no lo iba a tener tan fácil como pensaba...

– Gracias. ¿Sr? – Pregunto (con un poco de desconfianza).

– Stein Hill, pero puedes llamarme Stein.

– Encantada, mi nombre es Ira. – Definitivamente era de mis favoritas, misteriosa, fría y distante, tan atrayente que me hacia olvidar el hecho de que un matón me estuviera buscando...

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