1 Ella

18 4 0
                                    

El niño tenía los zapatitos más azules que su madre había podido conseguir, del color del mar, del color del cielo y de sus ojos.

El pequeño corría saltando entre los charcos, divertido y encantado de ver las gotas salpicar y manchar todo a su rango de alcance, incluso a él.

La mujer en la ventana lo contemplaba, con los ojos vividos en cariño y pena, se sentía tan abrumada y aturdida cogiendo la Cruz entre sus manos, se supone que el objeto tenía que calmarla y protegerla.

Se sentía impotente, solo Dios podría ayudarla, pero parecía que la había abandonado hace mucho, hace tanto que cuando decía amén, el silencio reinaba en su mente.

Un pequeño soplo de aire que paso por su cuello la erizo. Ella había llego.

-Estará bien, solo dámelo, sabes que es lo mejor para las dos. -, la mujer en la ventana, cogió un aura oscura a su alrededor, aún siendo su vestido blanco, pareció opacarse.

Sabía que ella la estaba mirando, mirando a través del marco de la puerta, su voz y su presencia jamás lo olvidaría.

Y con el ceño fruncido, apretando sus puños, giro.

La contempló, su rostro era pálido, casi gris, con unas venas negras adornando varios puntos, su vestido negro goteaba, o tal vez era su imaginando... Había soñado con esa mujer tanto tiempo, y ella, la había obligado a hacer tantas cosas, que jamás podría olvidar su historia, ella tenía la culpa, le había robado, y ahora quería llevarse lo último que le quedaba.

Una sonrisa torcida se forma en ella, en ella de negro.

-¿Qué, acaso dudas? -, murmuró con un suspiró entre cortado y aire nostálgico, todo fingido; que solo hizo a la mujer de blanco temblar, ni aún poniendo la voz más suave, ella de negro podría cambiar todo lo que producía y mostraba.

Su rostro se balanceo para un lado, poniendo su mano en sus labios; eran horribles, manos arrugadas con las uñas moradas, apretó sus comisuras mientras una sonrisa retorcida adornaba unos segundos, para luego volver a estar sería, y luego volver a sonreír.

A la mujer de blanco se le crisparon las manos, mientras oprimía la cruz hasta sangrar.

La sangre empezó a caer, y antes que manchara su vestido, cogió un trapo y se limpió sin delicadeza, no sintió el dolor, levanto el rostro para confrontarla; pero ella se había ido, dejando gotas de agua en el suelo, jamás, jamás, Jamás... Dejaba limpió el suelo y eso solo demostraba la cruda y oscura realidad en la que se encontraba.

Tiro el trapo con sangre, pisándolo, lo repasó contra el suelo, tratando de cerca; pero que dejo una leve mancha en tono rojo.

Pateó el trapo bajo la cama, y salió a pasos lentos, pensativa, las paredes eran blancas, el suelo era blanco, casi todo en su casa era ese color; pero cuando la sombra llegaba todo ante sus ojos se apagaba y la luz, parecía bajar su potencia.

Su adorada criatura, entro corriendo entre risas al salón, con su pequeños zapatos dejando marcas en todo el suelo, lodo y agua macharon lo limpio.

-Por favor mi niño, ve a limpiarte y quítate esos zapatos. -, el niño se detuvo, murmurando un "Sí mami" y quitó sus zapatos, para dejarlos a un lado, luego corrió escaleras arriba riendo.

-Ya nos tenemos que ir, apresúrate. -, le aviso al niño, mirando como sus pequeñas piernitas trataban de subir de dos escalones a la vez; pero se le hacía muy dificultoso.

Eso le hizo mostrar un ápice de su sonrisa.

"¡Me cepilló y bajo mami!"

-¡No te olvides de ponerte el abrigo, y guarda solo tu juguete favorito!

Dos de Ellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora