El Umbral a Martillazos

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   Simplemente, no soportaba al gato viejo de su hermana; había crecido con ese animalejo desagradable y desde pequeño tuvo la sensación tan molesta de su presencia en todo lo malo y le perturbaba. El olor a pelo del baño, las dos luces en casa cuando llegaba tarde, o la maldita manía de cruzarse entre sus piernas, eran detalles que simplemente no admitían contradicción: el felino era insoportable. Como solía decir a Franco, su mejor amigo, "No puedo vivir con un huevón que se piensa mejor que yo". E increíblemente, no imaginaba un mejor almizcle para el baño en este momento.

  Acarició el mango frío, de plástico negro y amarillo que poseía el martillo, tan bonito que compró.

  Había sido un chico algo débil desde la infancia, con un cuerpo delgado, casi enjuto en sus peores momentos, con la salud tan trastocada que el Dr. Muñoz, pediatra de él antes que de sus dos hermanas, terminó siendo habitual en las sobremesas de la casa familiar, al menos cada 10 días. En consecuencia, creció alentado a buscar actividades que compensaran su falta de complexión para los deportes duros, desembocando en la lectura, el estudio del violín y los poemas. Para cuando su padre, un hombre grande y fuerte, que solía reír de lado cada vez que se metía uno de esos desagradables cigarrillos a la boca, se percató de sus "extravagancias" al vestir y elegir cualquier cosa, ya francamente era tarde; el daño estaba hecho. Y como siempre en estos casos, sus padres, el socarrón de los cigarrillos y la dama de casa gordita y dulce que es su progenitora, le llevaron con quien pudiese arreglarle.

  La cacha combinaba plenamente con el entorno donde estaba; los dientes metálicos en forma de pequeña ganzúa, alineados en perfecta armonía.

  Sonreía al pensar en los años de terapia gastados, tres y van, en los diversos enfoques que Katrina, la profesional que le trataba y de quien sospechaba se acostaba con su progenitor, ha usado para tratar sus "problemas conductuales tan propios de la adolescencia", agregando siempre con un morro en la boca "empero, tu caso suele ser un poco más profundo"; le aburrían profundamente las conclusiones del resto. ¿Qué sabían?

  Chocando el anillo del dedo índice derecho con la cabeza redonda, componía música ambiental. Lentamente, como armonías ambientales.

  El baño, impecablemente limpio salvo por el olor a felino, era de color blanco brillante; los pequeños azulejos daban un toque de hospital, mientras los reflejos jugaban a lograr pequeñas imágenes de cada artefacto en color azul piedra. Un espejo largo y de medio cuerpo, coronaba el lavamanos inserto en un armazón de vidrio grueso. Al costado, un porta cepillos, dentífrico de moda, jabonera y algunos pinches de cabello, formaban el mosaico aleatorio en dicha habitación. El toallero de metal azul, donde colgaba un trozo de tela blanco, la barra de papel higiénico y el botiquín somnoliento, acompañaban al tedio de la tina de baño, grande y de loza, observando con avidez toda persona que entraba a dicha dimensión. Ante este cuadro, Cristián, nombre común y religiosamente vinculable, se preguntaba como tardó tanto en hacer lo que pretendía, con tamaño entorno y familia.

  Siendo el mayor de tres hijos, su padre, un concesionario de vehículos que se hizo a si mismo, penó la decepción de tener un "intelectual" por vástago, como solía comentar cuando se veía en la necesidad de dejarle en ridículo. Y está bien si tienes 30 años, esas cosas no deberían afectar entonces, pero con 19 a cuestas, lo único que deseas es gritar. ¿Te gusta pintar? Pico, de eso no se vive. ¿El violín se te da bien?, eso es un hobby, no huevees. ¿Has descubierto la simplicidad del poema, que tan bien se da en Rimbaud, Byron y Shelly, con notas aparte a Huidobro y Massis? Eres maricón. Creo que la única vez en que se vio medianamente complacido, fue cuando compró la moto para sus 18, porque al menos, andar en moto por la ciudad, era un acto de masculina cepa.

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