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Cuando Kaminari Denki observó las palmas de sus manos, notó que no sólo estaban sudorosas y frías... si no también un leve temblor que ya comenzaba a notarse cada vez más se había instalado en forma permanente sin que pudiese hacer nada al respecto; al contrario, notaba que su cuerpo entero comenzaba a sufrir pequeños espasmos, los músculos de sus hombros y sus piernas firmes listas para correr ante el menor sonido, el menor indicio de que él lo había encontrado.

¿Correr? ¿Iba a ser capaz?

Denki meneó las orejas largas de un lado al otro intentando percibir al más ínfimo ruido dentro del bosque espeso y oscuro en esos sectores. Su corazón, rápido y violento, golpeaba su pecho de manera nerviosa y molesta y por un momento Denki temió que aquella bestia de cola mullida y colmillos afilados fuese capaz de escuchar los latidos aterrados que no podia controlar al igual que el temblor de su cuerpo, su cuerpo agachado entre los arbustos.

¿Por qué no le había hecho caso a Hanta? ¿Por qué se había hecho el valiente y había atravesado el límite del bosque que todo el mundo sabía que no se podía cruzar? Porque era un tonto, un grandisimo idiota. ¿Acaso pensaba que criaturas inofensivas como ellos podían hacerle frente a un monstruo carnívoro?

A Denki le costaba mucho admitirse a sí mismo que se encontraba en un eslabón débil de la cadena... sobre todo de la cadena alimenticia. De entre todos los conejos, siempre había sido el más fuerte y aguerrido, el más temerario; sin embargo, eso no significaba que podía hacerle frente a animal más grande y fuerte acostumbrado a casar criaturas como él.

Lo máximo a lo que Denki se había enfrentado alguna vez había sido a un jabalí, y había corrido con suerte celestial porque las circunstancias le habían favorecido a él y la victoria, si bien había sido suya... había sido un tanto dudosa.

Pero una cosa era un jabalí que poseía menos velocidad e inteligencia que él... y otra muy diferente era un zorro, su enemigo natural.

¿Y ahora qué iba a hacer? Se había alejado tanto en busca de aquellas fresas que sabía que crecían del otro lado del río para que no sólo el zorro lo hubiese encontrado, sino además perder el canasto... si había un conejo tonto al extremo, ese era él, ¿Cómo iba a pegar la vuelta si por huir ni siquiera le había prestado atención al camino, dónde debía...?

-Hola.

Denki jadeo, gimió y se ahogó mientras se incorporaba cuan alto era de un momento al otro; aterrado, ni siquiera había podido girar para encarar al dueño de aquella voz grave pero cantarina que sabía se encontraba a sus espaldas.

Las piernas no me respondían, maldita sea, por qué no se le movían...

-Qué tierno... ¿sabes? Todas las criaturas como tú son tan inocentes que se delatan solas.

La risilla del zorro logró que un estremecimiento particularmente violento atravesara el cuerpo de Denki; poco a poco y como si se tratara de una roca en movimiento, Denki giró su torso completo hacía el otro, su cuerpo aun temblaba débilmente, sus orejas hacía abajo casi adosadas a su cabeza.

¿Por qué le sucedía aquello? ¿Cómo era posible que una criatura tan maligna y asesina fuese tan bonita? El zorro era alto, muy alto, mucho más alto que él; sin embargo, en esos momentos se encontraba encorvado a su altura, las manos apoyadas en los muslos. En su rostro perfecto de ojos imposibles y pestañas rubias y largas, una sonrisa hermosa y brillante se extendía amplia y feliz, divertida, los colmillos asomados como la única prueba de que aquel sujeto era peligroso.

Y la alegría de la situación parecía no solamente llegarle a los ojos brillosos, sino también al resto de su cuerpo. Las orejas rubias un tanto camufladas por sus cabellos revueltos estaban alertas, de punta hacía arriba, la cola esponjosa e inmensa meciéndose detrás suyo en movimiento lentos y suaves.

Un zorro un tanto peculiar | bakukami Donde viven las historias. Descúbrelo ahora