Aikido.

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Otro día en el monasterio.

Como todos los días desde que llegaron ahí la banda se reúne para tomar las clases que el Profesor les daba para prepararse y saber lo que tenían que hacer una vez llegasen al Banco de España. Todos estaban atentos, escuchando como Sergio explicaba acerca del uso de la lanza térmica a 3500 °c.

Pero había alguien que no se concentraba en las clases. Por alguna razón, Raquel estaba sumamente distraída, perdida en lo guapo que se veía Sergio en modo profesor. No sabía si era la manera en que hablaba, tan seguro de si mismo, explicando todo, demostrando el conocimiento que tiene; o la manera hipnótica en que movía sus manos, que lo ayudaban a explicarse mejor; o simplemente era el hecho de que se había quitado el saco y esa camisa y corbata que traía le quedaban sumamente bien.

Bien, quizá nada de eso era novedoso si se compara con las clases anteriores, pero si había una pequeña diferencia en Raquel. Estaba frustrada, Tokio había interrumpido su momento intimido la noche anterior con sus inventadas ganas de querer el mando. A pesar de que Sergio hizo todo lo posible para apresurar su salida, ésta se quedó más tiempo de lo esperado, discutiendo. Una vez que salió de la habitación notaron que ya era bastante tarde para seguir despiertos y por mucho que tuviesen ganas de retomar lo que habían dejado también tenían deberes, debían poner el ejemplo a la banda y estar descansados para la clase.

En estos momentos Raquel estaba muy arrepentida de su decisión. Hubiese preferido mil veces tener ojeras a estar como lo está ahora, no pensando con claridad simplemente por ver a Sergio meterse una mano en el bolsillo. Era demasiado.

—Bueno, es todo de momento. Por favor, repasad y no olvidéis que el descanso es solo de una hora. Ahora podeis retiraros del aula.

Para Raquel fue como si hubiera sido salvada por la campana. Todos salieron rápidamente del aula, estirando las piernas después de estar horas sentados, otros con hambre, otros abrumados por la información.

Cuando se es estudiante nadie quiere pasar tanto tiempo en un aula. Al momento que dan salida todos salen corriendo, solamente queda el alumno ejemplar. En este caso, Raquel.

Sergio no notaba como ella se acercaba lentamente a su escritorio, porque estaba dándole la espalda mientras él estaba borrando lo que había escrito en la pizarra. De algo que si se percataron ambos fue del sonido de la puerta al cerrarse, y para Raquel fue suficiente señal de que debía aprovechar la situación.

Le abrazó por detrás, colocando sus manos en su pecho, bajándolas poco a poco hasta llegar a la correa de su pantalón. Sergio se sobresaltó, abrió mucho los ojos y se giró rápido. 

—Joder, Raquel. ¿Qué te está sucediendo hoy? Durante la clase te noté distraída y mirándome mucho.

—¿Y que pretende usted, Profesor? Es que me pone mucho ver como das la clase, no me concentro. — le dijo Raquel acercándose a su cuello y dejando un pequeño beso mientras hablaba. — Y aparte de eso anoche Tokio nos interrumpió, me quedé cachonda y... sigo con las hormonas disparadas.

Sergio se giró para verle pero eso no detuvo a Raquel. Ella continuó besando su cuello mientras pasaba sus manos que oscilaban entre su pecho y su cinturón. Sus labios pasaron de su cuello a su mandíbula hasta llegar a su labios.

—Pero Raquel, ¿aquí? —rompió el beso para hablarle. Vio que ella asintió con intenciones de continuar besándole  pero él se apartó un momento. —Que... que puede venir alguien.

—¿Y? —Comenzó a desabrochar su cinturón y continuó besándole. Lo empujó con suavidad a su silla para que se sentase y luego ella quedar en su regazo. Sergio a pesar de ponerse nervioso se dejaba hacer ya que las caricias de Raquel estaban empezando a ser efecto en él. Y para que engañarse si él era débil ante ella. —Entonces tendremos que apresurarnos.

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