Parte única

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Era una niebla espesa la que agrietaba el cielo nocturno y detrás de ella una luz rojiza y centelleante que los intrigaba. Temían acercarse, pero era la dirección de debían seguir.

En su viaje, no había opción de parar, ni desviarse, y tomar otro camino podía ser tan riesgoso como imprudente. El convoy en el que viajaban, aunque toda una fortaleza, debía pasar desapercibido, era de gran importancia entregar la carga que llevaban.

Tobías y Josué iban ya bastante tensos, por todo lo que tuvieron que vivir para llegar al sitio de extracción. Rita y Abelardo por su parte, iban serenos, abatidos por el cansancio, llevaban despiertos más de quince horas y antes de eso durmieron solo tres.

Para hacer algo de tiempo, Abelardo intentó entablar una vaga conversación con Rita y le dijo:

—Esta luz hace que me dé aún más sueño —refiriéndose a la luz interna del convoy, que también era roja.

—Ponte cómodo —dijo ella—, aún falta camino.

—Alguien debe vigilar aquí atrás, si me quedo dormido y tú también, se comprometería la seguridad y no podemos permitirnos eso.

—Si, es cierto —dijo Rita suspirando y echando su cabeza hacia atrás—. Es como si la humanidad dependiera del éxito de esta misión.

En ese momento, las dentadas y robustas ruedas del lado derecho del convoy, pisotearon algo grande que produjo un crujido ahogado y los hizo saltar.

— ¡Hey! ¡¿Qué pasa allá adelante?! —gritó Abelardo.

—¡Todo bien! —respondió Josué desde el asiento del copiloto—. Es esta oscuridad que no deja ver nada.

Tobías, aunque despierto y atento, aún seguía exaltado por el encuentro anterior e iba muy por encima de la velocidad recomendada.

Solo se guiaban por las luces bajas del convoy, no querían llamar la atención, lo que les dejaba muy poco rango visual hacia delante.

—¿Qué eran esas cosas, Josué? —preguntó Tobías sosteniendo el volante con manos temblorosas.

—No te voy a responder, no quiero sonar como loco —dijo Josué sin despegar la vista de la carretera—. Deberías bajar un poco la velocidad, no queremos desbaratar esta cosa.

—Este convoy fue el mejor que conseguimos, soportará hasta que lleguemos.

—Si pero no tientes nuestra suerte, después de lo que vimos, cualquier cosa podría haber en el camino.

Tobías mantuvo la velocidad y le dijo:

—El laboratorio espera y no sabemos desde cuándo. Si nos hicieron pasar por todo esto, es porque lo que llevamos es importante, nos urge llegar.

—Sí pero eso quiero, llegar —enfatizó Josué—. Así que enfócate en conducir lo mejor posible.

—Eso intento, pero no dejo de pensar en esa niebla allá adelante, me tiene muy inquieto.

Era un camino largo el que habían recorrido y les faltaba aún para llegar. La vía les permitía desplazarse, a oscuras pero con ritmo firme, abrazados por la asechanza maligna que los perseguía desde que salieron.

Josué, vigilante como faro, miraba a los cuatro lados usando las cámaras del convoy y las herméticas ventanas, buscaba cualquier movimiento que pudiera representar alguna novedad. En su vigilancia, hacia uno de los laterales más allá de la negrura, observó algo que le llamó la atención y le preguntó a Tobías:

—¿Qué es aquello que se ve al oeste?

—Parecen explosiones, muy raras explosiones —dijo Tobía dando un rápido vistazo.

En Camino a la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora