Capítulo 11

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AR

Subí las escaleras en shock, ¿Cómo era posible? Esta chica me había hecho contarle cosas que ni siquiera me había confesado a mí mismo, cosas que tenía bloqueadas en mi mente y corazón, porque sabía que si las recordaba dolerían mucho.

  Al llegar a la habitación me tiré en la cama, coloqué ambas manos detrás de mi cabeza y clavé mis ojos
en el techo. A mi mente vinieron unos luceros color café, un cabello castaño y unos labios rosados, por qué coño pensaba en ella, había hecho un desorden en la cocina, a pesar de que odiaba eso en las cocinas, con el objetivo de que me tomase un poco más de tirria, y porque me sentí enfermo cuando supe de la existencia de su novio, pero ese segundo punto no era tan importante porque lo único que quería era alejar Alexa de mí.

  Quizás no quieras tenerla lejos.

  No, imposible, yo AR, quería tener a alguien cerca de mí, después de que me había encargado de alejarlos a todos. No, me estaba volviendo loco, esa era la única explicación razonable.

  Me había acercado mucho a Alexa, tenía que alejarme de ella, en un solo día nos habíamos aproximado demasiado, tanto física como emocionalmente, pero iba a encargarme de eso, haría todo lo posible para alejarla, me había vuelto un experto alejando a las personas de mí, esto sería pan comido.

  Mis ojos se comenzaron a cerrar. Mi mente fue viajando y mi subconsciente se abrió pasó, trayendo a mí, imágenes de Alexa gimiendo mientras probaba mi comida, Dios oírla gemir me hacía desear cosas de las cuales me debía distanciar. Esos gemidos se transformaron en gruñidos y estos fueron acompañados por el sonido de cosas al romperse.

  Me desperté de golpe y me senté en la cama, con el modo alerta activado. Los ruidos provenían de la habitación contigua. Con el ceño fruncido por la confusión salí de mi habitación y abrí ligeramente la puerta del cuarto de Alexa, no podía ver mucho, pero en el suelo había una gran cantidad de objetos de cristal y porcelana rotos, junto con sábanas. Abrí un poco más la puerta para encontrarme a Alexa en un traje de dormir demasiado corto y demasiado transparente. No le dejaba mucho trabajo a la imaginación, la verdad, estaba sudada por lo que este se le pegaba a sus curvas, resaltando su cuerpo. Llevaba unas bragas rosa pálido que combinaban a la perfección con su vestido de dormir. Sus cabellos castaños estaban pegados en su rostro por el sudor y escuché como sorbía por la nariz; estaba llorando.

  El clóset estaba abierto sacaba ropa de él y la tiraba al suelo con rabia. Abrí la puerta por completo y me quedé en shock, su cuarto era un desorden total, todo estaba tirado en suelo, lo único intacto eran el espejo y la cama.

  Al ver tanto desastre una sola frase vino a mi mente. — "Dobly shit". — Mi voz resonó en la habitación haciendo que Alexa se girase hacia mí.

  Soltó una leve risa cargada de amargura. — Es double shit, inculto. — me corrigió; bueno al menos tenía ánimos para seguir siendo burguesa.

  — Perdón señora marquesa, no todos podemos ser bilingües como usted — me burlé. La verdad es que los idiomas nunca fueron lo mío.

  Sonrió por sus fosas nasales. —
Idiota — dijo y se limpió las lágrimas.

  Venga, esta es tu oportunidad para ser borde con ella, ahora que está sensible, trátala mal, así de seguro ella se alejará, su orgullo de burguesa no la dejará acercarse a ti. Si eso lo que quieres, claro.

  Por supuesto que eso es lo que quiero, alejarla de mí.

  — Bueno, puedes hacer esto a otras horas y más bajito, no me dejas dormir — le dije lo más borde y frío posible.

  Una sonrisa de incredulidad ante mi actitud cruzó su bello rostro, haciendo algo dentro de mí rasgarse. Su rostro se endureció.

  — No, no me da la gana, me apetece hacerlo ahora, así que lo haré ahora — declaró tomando un jarrón y lanzándolo al suelo, mientras me miraba retándome. Por mucho que intentara ocultarlo lo había visto en su mirada, su orgullo estaba herido.

  Hiere el orgullo de las personas y ellas solas se alejarán de ti.

  — Fuera de aquí —ordenó, pero no me moví.

  Fue hacia la cama y tomó otra almohada, supuse iba a tirarlo al suelo, había desistido de echarme y seguiría con su show en frente de mí, pero en lugar de eso, me la aventó directamente a mí con furia mientras gritaba — ¡FUERA!

  No me moví ni un milímetro, no sabía por qué, ya todo estaba hecho, ahora ella se alejaría de mí, como yo quería, pero por qué no me iba.

  Podría ser posible lo que mi subconciente dijo: ¿Yo no quería que ella se alejase de mí?

   No, eso es absurdo, uno de los mayores disparates que he pensado en este año.

  — Ah, porque no te vas — señaló molesta y caminó hacia mí destilando furia por sus ojos color café.
A mitad de camino su pie derecho falló y un grito de dolor salió de ella. 

   Corrí a su lado rápidamente creyendo que se había torcido el tobillo, apoyé su brazo en mi espalda para que mantuviese el equilibrio, levanté su pie para ver qué le pasaba, y un afilado trozo de cristal enterrado en su pie me hizo palidecer. La tomé en mis brazos, la saqué fuera de la habitación y la senté en el pasillo.

  — ¿Dónde guarda tu hermana las llaves del auto? — le pregunté.

   — ¿Para qué?

   — Voy a llevarte al hospital — declaré vehemente.

   — Venga ya, no es para tanto, puedes curarme tú — informó, erróneamente, cabe destacar.

  — Esto es trabajo para un médico, por favor deja que te lleve al hospital — le pedí, el ruego en mis ojos debió haber sido tan claro que Alexa asintió.

  — Encima del tocador — me informó, señalando la puerta del cuarto de Alex y Kike.

  Asentí y fui hacia la habitación, fui al tocador de la esquina y tomé las llaves, encima de la cama había una pequeña manta color miel, la tomé y salí de la habitación.

  Tomé a Alexa en brazos y la saqué de la casa, luego la senté en el asiento del copiloto del auto con sumo cuidado, como si de un cristal se tratase. Subí por la otra puerta y le coloqué la manta de color miel por encima de su delicada, sedosa y transparente ropa de dormir, no quería que nadie más la viera así vestida.

  — ¿Por qué usas esa ropa para dormir?

  Jadeó de dolor. — Duermo como me dé la gana.

  — Me alegra que sigas conservando tu mala leche.

  Noté como una sonrisa se formó en sus labios. Le coloqué el cinturón de seguridad y sus ojos no se aportaron de mí, mientras lo hacía.

  — ¿Estás bien?

  — He estado mejor — afirmó. Su cabeza cayó hacia adelante mientras un gemido de dolor escapaba de sus labios.

  Me agaché, observando su pie.

  — Tranquilo, solo roce el cristal con el suelo y dolió.

  Me levanté, quedando a centímetros de su rostro, nuestras respiraciones se fundieron en una.

  — Gracias AR.

  No dije nada, no tenía idea de por qué me preocupaba por ella, pero por alguna extraña razón quería protegerla.

  Sin saber que más hacer le sonreí. Me incorporé en mi asiento y miré a la carretera. Puse en marcha el auto olvidando por completo todos mis planes de alejar a Alexa de mí, pues una idea más fuerte que esa azotaba mi mente:

Llevar a Alexa al hospital.

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