Era un día de esos anubarrados en las tierras de la Dinastía Kaffavel. Unas tierras sombrías y temidas del Primer Mundo, pues son gobernadas por aquellas mujeres con dones videntes y protectoras de Krathia. En el aire se podía oler la humedad de las lagunas cercanas y el petricor quedaba grabada en las fosas nasales, un olor realmente agradable, pero al llegar a los pulmones era punzante y frío. El carruaje se balanceaba suavemente por los caminos de aquellas tierras húmedas, que facilitaba el ruido de los pasos de los caballos debido a que estos galopeaban más fuerte para no resbalar, ni tropezar cuesta arriba.El vehículo paró en seco y, se escuchó una voz grave masculina decir que ya habían llegado al punto de llegada. Bajó una mujer abrigada entre pieles finas con tonalidades azules, que, en su cabeza, cargaba una corona de oro y joyas diminutas plateadas. De lejos el camino era aún más estrecho entre malezas y árboles que impedían visualizar más allá de un punto medio. Contando una neblina suave, pero a su vez espesa que escardaban los huesos. La mujer miró como su hijo iba a salir del carruaje, pero esta negó con la cabeza ligeramente.
-Mejor quédate aquí, con los guardias. - añadió sin escrúpulos. El joven observó a su madre algo desconcertado, pero la obedeció sin rechistar: -Desde aquí iré sola. A las Krathianas no le agradan la presencia de hombres en sus dominios. - Dijo analizando el ambiente.
Tras el resultado de su análisis de que no había ningún peligro cerca, comenzó a andar por aquel sendero de tierra embarrada. En su rostro fino con la clavícula marcada caían gotas en su piel morena. Sentía sus pestañas largas humedecerse y complicaba más la visualización de sus ojos. Con la manga del abrigo se secó, sin embargo, en tan solo unos segundos seguía espeso su punto de vista. A cada paso que daba, más complicado le era levantar sus piernas al andar, puesto que estas se pegaban en la tierra.
El camino se inclinaba mucho más hacia arriba, a tal punto que la reina tenía que escalar ciertas piedras gigantes resbaladizas. En una de ellas se tropezó ya que su tacón de su bota resbaló, pero pudo parar la trayectoria de su caída con sus manos. Dio un suspiro amargo, no le quedaba otra que ir más ligera. Sin pensárselo dos veces, se desprendió de sus abrigos y aquellas pieles, e incluso, llegó a romper unos de los lados de su vestido para tener más comodidad en la movilidad. Tras dejarlo todo apoyado en unas de las rocas del camino, prosiguió subiendo por aquel sendero. La brisa era helada, la humedad quebraba el movimiento de sus dedos y su sensibilidad llegaba casi nula. Cuando la reina dirigió la mirada de enfrente, vio como una gran montaña de rocas rojizas impedía que el camino siguiera. Su aliento era más grave y profundo debido el esfuerzo, sus caladas eran más ardientes y sus pulmones se llenaban de la humedad bruscamente. Estaba exhausta. Se sentó en una roca analizando la pared de aquella montaña: era empinada. Observó una vez más desde la roca el ambiente, siguiendo las líneas del suelo por si encontraba de casualidad otra entrada de un sendero, al menos alguno, aunque estuviera bien escondido entre los arbustos cargados del lugar. Sin embargo, no encontró nada salvo que estaba rodeada de un bosque mítico y siniestro. Había un silencio aterrador, tan aterrador, que solo la reina podía escuchar el bombardeo de su cuerpo. Estaba completamente sola. Se estremeció debido a un escalofrío en su médula espinal que acabó en sus hombros.
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Joyas y desastres
FantasyUn nuevo aire se desata entre el marfil y la maleza de los árboles del reino de Cinderella tras el nacimiento de una princesa bastarda.