El chico del apartamento 512

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Muchos sabemos que después de salir de la escuela, del trabajo, de una reunión o de cualquier cosa importante que nos haya metido una inyección de estrés y ansiedad en todos los sentidos, lo mejor de todo es poder llegar a casa.

O al menos la mayoría de las veces.

— Adiós hermosura — se escuchó en las escaleras.

Un silbido coqueto se escuchó después de aquel comentario. Y así era todos los días de su vida.

Izuku volteo los ojos de puro fastidio, sabiendo que aquella cantidad de peroratas coquetas que le lanzaban eran demasiado asquerosas o indeseadas. Sin embargo, no podía detener a la cantidad de hombres zalameros y asquerosos que le lanzaban esos piropos.

En muchas ocasiones aquellos silbidos y piropos eran solo para molestarlo, pero sabía que algunos eran completamente en serio. Y eso tenía sin cuidado al joven chico de hebras verdosas.

¿Cómo pudo parar ahí? ¿En un conjunto residencial lleno de puros retrógrados y neandertales que no pasaban la veintena? La respuesta era la falta de dinero que Izuku poseía para poder costear un piso más grande o un lugar más céntrico.

Sin embargo, estaba agradecido por haber encontrado una manera de salir de las habitaciones del campus de su Universidad. Ya de por sí compartir habitación con alguien era complicado, vivir en un espacio lleno de puros hombres con la testosterona a mil, con los sesos chamuscados y sin ningún tipo de pudor era aún peor.

Por eso, cuando pudo conseguir un puesto de pasante bien remunerado el verano pasado, aprovechó la oportunidad de salir de aquel nido de psicóticos y consiguió aquel piso de 56 metros a unos 15 minutos en bus de su Universidad y a 25 minutos de su trabajo.

No obstante, el pecoso no contaba con ser la diana de todos los hombres que residían en aquel conjunto residencial. En su mayoría eran universitarios como él, pero eran tan idiotas y burlones que Izuku tuvo que aprender a lidiar con toda aquella sarta de estupideces, a pesar de que en más de una ocasión se enfrentó a muchos y trató de detener todo eso.

Fue peor.

— Hola preciosura — le dijo Yo Shindo cuando llegó al pasillo.

— Hola, Shindo — respondió frío el pecoso, sacando sus llaves de su morral.

— Te veo muy cansado, ¿Por qué no pasas por mi apartamento y te relajas? — interrogó el azabache con una sonrisa coqueta y siguiéndole de cerca.

— ¿A ese cuchitril que llamas apartamento? — Izuku siguió caminando tranquilamente, buscando sus llaves — No gracias, yo respeto mucho a mi nariz como para meterme en ese pozo séptico.

— Auch, estás de mal humor — contestó socarrón Shindo —, no seas odioso, te esperaré en mi apartamento por si gustas que te quite esa cara larga.

— Lo que deberías es ir y darte un baño, apestas peor que un zorrillo.

— Me puedo echar perfume por ti, preciosura.

Izuku rodó los ojos de nuevo mientras tomaba sus llaves y se acercaba a la puerta de su habitación, sintiendo la presencia de Shindo detrás de él. No sabía cómo quitárselo de encima, hasta que llegó su pequeño salvador.

— Tiene razón Shindo, apestas y si pretendes llegar hasta aquí te bañare con ambientador.

La voz de Hitoshi Shinsou sonó como una campana de salvamento para esos momentos, ya que siempre lo resguardaba de los acosadores e insistentes que no entendían sus indirectas tan directas.

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