Inferna quaedam

20 0 0
                                    

Para María

MAYO_12_1975

Atlanta, una enigmática civilización a la que he empezado a dedicarme, desde un inicio cuando mi físico de cabecera mencionó diferentes fenómenos en la fuerza de la tierra creí que sería demasiado fácil remontarse a ello y explicar fallas geográficas, e incluso relatos de los antiguos intelectuales. Según los diálogos de Platón, Atlanta se situaba en el mediterráneo, la ciudadela en medio de la civilización presentaba, según arqueólogos, una especie de circulo recubierto de otros cada vez más grandes, también se dejaba un camino de agua que bordeara el centro o los centros importantes para la civilización; y aunque muchos creen que si en verdad existieron estos humanos lo de la gran inundación fue su fin, yo comenzaba a pensar que la verdadera Atlántida, fácilmente con nombre de continente submarino, era una civilización intraterrestre con extraordinarios parecidos a los humanos y también extraordinarias diferencias, quizás extraterrestres que dejaron su huella de ADN para que así no se destruyera su legado.

Esto que os voy a contar sucedió el 3 de abril del año pasado, ese día mi hija cumplía los cuatro años y desde hace unas semanas yo seguía en la excavación de un médico rico de apellido Hodwrorfh. No sabíamos muy bien qué era lo que buscábamos pero aquella expedición había empezado con fines lucrativos en primera instancia; lo más probable era que buscaran una clase de piedras preciosas o metal de alta pureza, se había hablado mucho en los periódicos frente a la presencia de grandes fortunas en la tierras africanas, pero ¿Para qué un burgués de su clase había mandado a traer a un grupo de arqueólogos e investigadores?

Al parecer, mientras sus hombres trabajaban en la excavación, encontraron un extraño hueco en la tierra, sus bordes estaban construidos con lo que parecían ser ladrillos fabricados por el hombre, como una especie de pozo del desierto. Los hombres destacaron que era tan profundo que al lanzar objetos, estos nunca tocaban fondo, habían tirado monedas, platos de metal, una campana, etc. El hombre a cargo de la excavación preguntó por los alrededores acerca de leyendas urbanas, y dijo que aquellas personas solo eran estúpidos supersticiosos que aseguraban una entrada al infierno e incluso un cámara de cuerpos para la segunda guerra mundial, pero nada de eso tenía sentido, estábamos en África; fuí a la excavación porque me habían prometido rastros de guerras antiguas, pero solo había sido un cebo.

Éramos ocho o diez investigadores, la mayoría observaban el hueco y tomaban nota, todos coincidíamos en que si había sido hecho por el humano debía tener muchos años, probablemente se remontaba hasta antes de Cristo, y se preguntarán cómo era que la arena sobre él no lo había llenado ya por completo, los trabajadores mencionaron que la boquilla del hueco estaba cubierta por una gigantesca roca que podía pesar alrededor de media tonelada, la movieron con las máquinas y hallaron el hoyo, claramente la supuesta roca natural era tan lisa que no había posibilidad de que la tierra la hubiera dejado de esa forma, tan circular y además con una inscripción en la parte lateral. Un joven criptólogo se ofreció a descifrar aquellas inscripciones, era pelirrojo y decía ser de Asia, lo cual era gracioso; aunque todo esto fuera mejor que encontrar indicios de guerras, por su simplicidad, yo pensaba en mi hija, lo cual sería un factor decisivo de mi distracción en el asunto.

Estaba leyendo un libro militar que me había prestado el rico hombre. No había mucho que hacer pues aquel hoyo dificultaba continuar, no era muy grande, pero estaba en un lugar estratégico para encontrar el supuesto tesoro. El pelirrojo vino corriendo hacia a mí, sostenía una libreta y parecía desvelado, creo que nos volvimos amigos, el resto parecían bastante mezquinos con sus cosas:

- ¡Ya lo tengo, ya lo tengo! -Repitió poniendo la libreta sobre la mesa de planos.

- ¿Sí?

Inferna quaedamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora