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El bosque era su casa extendida más allá de las paredes de un hogar. Su casa eran los árboles las plantas los animales las piedras, el río y también los caminos.

Y aquel territorio era el viento la lluvia y el sol; La humedad del aire, la niebla que madruga por las mañanas, son los espíritus naturales que guardan sus secretos y los espíritus de los muertos que descansan en el y ahora son parte de la tierra.

Los territorios eran también los seres vivos de cualquier especie y todas sus historias, sus costumbres, sus vivencias tejidas únicamente con el entorno que son testigos de ellas.

Las personas olvidan su propio legado espiritual que nos conecta con la naturaleza que buscamos que el legado de otros rellené el hueco que a dejado nuestra propia construcción.

Porque las plantas que crecen a nuestro lado ya no nos parecen asombrosos y mágicos o siquiera nos hemos parado a mirarlo o aprender de él.

Porque eso no siempre fue así, conocíamos de las tierras y de las plantas, conocíamos a sus espíritus y convivíamos con ellos.

Y conocíamos miles de secretos, de prácticas, de conocimiento. Pero podemos volver a aprender, esos espíritus siguen estando ahí, mirándonos en silencio pero dispuestos a hablar al que le mire de vuelta.

Aunque se esfuerces por recuperar la confianza por recuperar su confianza y escuchar.

Su caminata por el bosque fue tranquila. Tenía que hacer un largo recorrido para llegar ahí, pero todos los días intentaba pasar por aquel río que amaba, lleno de hongos y unas cuantas plantas medicinales.

Su canasta en mano nunca podía faltar al igual que ese libro de anotaciones.

¿Que se podía decir de ese chico llamado George?; Demasiadas cosas para su gusto.

No era alguien que tuviera muchos amigos o que fuera muy sociable, aunque siempre era divertido pasar tiempo con él. Era experto en el bosque y sabes perfectamente que si llegas a enfermar lo que te daría serán algunos tés o plantas medicinales que te puedan ayudar.

El "Chico Hongo" como la mayoría le conocían. Era respetuoso hasta con la vida más pequeña. No había día que si llegaba a quitarle una flor a ese bosque lo hiciera con un respeto y con un fin, no podía tomar platas que no necesitaba y mucho menos podía matar a un insecto por pura malicia. Al fin y al cabo él era ajeno y no las pequeñas vidas viviendo ahí.

Si el entorno era capaz de proveer de todo lo que necesitaba para su vida también también era capaz de darle lo que necesitaba para su espiritualidad.

Aunque no solo disfrutaba de aquellas plantas y aquella espiritualidad, si no también de ese río el cual solía pasar la gran parte del tiempo.

Ver el agua correr con calma, era precioso, gotas pequeñas salpicaba su rostro incluso sin llegar a tocar el agua aunque eso no quería decir que no lo hiciera.

Cuentan de una antigua tradición en las verdes tierras de galicia, hogar de duendes y hadas.

Una costumbre ancestral practicada mucho antes de que cualquiera de nosotros naciéramos, mucho antes de que lo hiciera incluso la persona más anciana que los abuelos jamás llegaron a conocer.

En un tiempo que todo el lugar era un bosque en que los pueblos adoraban a los viejos dioses esos sacerdotes eran conocidos diferentes.

Esta tradición ha sobrevivido durante milenios aguantando inquebrantable guerras hambrunas y persecución, protegida por un pueblo decidido a no olvidarla y así llegó a sus oídos y algo resonó como un lejano eco en su interior y por difícil que pareciera se dispuso a intentar ponerla en práctica este solsticio de verano.

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⏰ Última actualización: Nov 08, 2021 ⏰

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