Prólogo

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El miedo.

No es difícil pensar en qué cosas nos provocan esa sensación de vacío y malestar en el estómago.

Ese momento en el cual nos convertimos en un montón de terribles emociones encapsuladas, paranoicos pensamientos y latidos acelerados, desatados por el instinto.

Está en nuestra naturaleza el detectar el peligro, y al hacerlo, llega a nosotros el miedo.

Muchos le temen a la oscuridad, a las alturas, a los monstruos.

El miedo es relativo, cada persona en el planeta tiene miedos diferentes.

Miedos que cambian, que surgen y evolucionan, miedos que son enfrentados y parecen desaparecer.

Miedos que van ligados con las distintas etapas de nuestra vida y las experiencias que vivimos.

De niños, casi todos le tememos al monstruo de debajo de la cama. Aquel que jamás hemos visto, pero que por alguna razón, tememos que surja de la oscuridad para alcanzarnos.

Le tenemos miedo a los fantasmas. A que estos nos acechen por la noche, esperando pacientes para arrastrarnos con ellos.

Crecemos y desarrollamos miedos quizá más racionales, como el de perder a un ser amado.

Tememos a la muerte.

Tanto miedo y tantos escenarios para sentirlo cobran vida en nuestra mente conforme pasa el tiempo.

Escenarios que cuando pierden fuerza, se transforman y nacen como nuevos miedos.

Muchos miedos.

Todos tenemos miedos diferentes.

Pero existe uno sólo que todos compartimos.

Uno que ignoramos, pero que absolutamente todos hemos sentido.

El miedo a la nada.

El misterio de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora