1. Campo de futbol

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El sol estaba incesante esa mañana. Era la novena vez que Tine levantaba su gorra para limpiar el sudor que mojaba su frente. No lo soportaba más, llevaba más de una hora esperando ser atendido en la oficina de trámites académicos de su universidad. Y no solo tenía que soportar el inclemente calor sino a la señora regordeta malhumorada que maltrataba a cada aquel que llegaba a esa ventanilla. Se estaba mentalizando para no perder el control ante un posible maltrato cuando la alerta de mensaje de su teléfono celular sonó.

Al abrir el mensaje su corazón se hundió en su pecho, tan profundamente que tuvo que recordar respirar. Cuando por fin lo logró, abruptamente, se dio la vuelta y corrió hasta alcanzar el primer taxi de la calle. Se subió antes de preguntar siquiera si el taxista lo podría llevar. Luego de cinco minutos de camino se dio cuenta que sus manos aún temblaban y respirando profundamente se recostó en el respaldar del asiento.

Cerró los ojos y cuando lo hizo en su mente apareció el rostro que tantas veces quiso evitar. El rostro de la persona que más extrañaba en esos momentos. Y se sintió idiota por eso. Odiaba extrañarlo, odiaba pensar en él, y más aún, odiaba amarlo como lo amaba. Porque sí, aún lo amaba, lo amaba a pesar de todo lo que había pasado entre ellos y a pesar de todo lo que se habían dicho. Lo amaba igual.

Su historia empezó hacía más de tres años en un bar cercano a la universidad. A donde solía ir, una vez al mes, con sus amigos para divertirse. Pero ese día, el día en que finalmente todo empezó, estuvo solo: uno a uno sus amigos fueron cancelando, argumentando uno u otro suceso. Al recibir la última llamada, resignado, se puso de pie para irse, cuando alguien se sentó a su lado y le ofreció una bebida. Así empezó el día que le cambiaría la vida.

El hombre que le compró la bebida se presentó como Man y, acercándose a él, le dijo que tenía un grave problema que resolver. Tine no entendió al principio y el acercamiento le pareció extraño, pero su curiosidad era mayor y profunda, así que lo escuchó.

— Sé que no me conoces, pero eres el único que puede ayudarme. ¿Ves al chico de ahí? —le dijo, señalando a un joven pelinegro de camisa azul marino que, recostado contra la mesa y agarrado de una botella, dormía ebrio.

— Sí...sí —respondió, evitando mirar al muchacho.

— ¿Sabes su nombre?

Tine se quedó en silencio un momento.

— Lo siento...no lo sé.

— ¿No lo recuerdas? No puede ser, ¿en serio no sabes su nombre? —preguntó Man insistente y conteniendo una risa.

Tine se quedó en silencio otra vez y luego observó al pelinegro dormido.

— ¿Le pasa algo?

— Sí, ¿por qué? ¿Te preocupa?

— No —contesto Tine, de pronto—. ¿Por qué habría de preocuparme? No lo conozco.

— Lo has visto muchas veces.

— ¡Claro que no!

Ante la mirada curiosa de Man, Tine añadió:

— Sí bueno. Creo, creo que si lo he visto. No...no estoy seguro.

— Él tiene un secreto —dijo, de pronto, Man.

— ¿Un secreto?

— Sí.

Tine volvió a observar al muchacho dormido.

— Está enamorado.

— ¿Ah? —respondió Tine, con las cejas en un ceño fruncido y los ojos casi escapando de su rostro.

Je T'aime Encore #SarawatTine / BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora