(PAUSADA, necesita cambios por la segunda película)
Una guerra, un amor, un final.
Podran con todo el peso encima, con la guerra, el poder y sentimientos encontrados? o sera el gran final?
paul atreides x oc
La historia y la mayoria de personajes s...
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Paul intentó deglutir, pero su garganta estaba seca. No conseguía apartar su atención de aquel viejo rostro arrugado, aquellos ojos brillantes, aquellas encías pálidas, aquellos dientes de metal plateado que brillaban a cada palabra. —El hijo de un Duque debe saber acerca de venenos —dijo—. Es algo de nuestro tiempo, ¿no? El Musky, para envenenar tu bebida. El Aumas, para envenenar tu comida. Los venenos rápidos, los venenos lentos y los intermedios. Este es uno nuevo para ti: el gom jabbar. Solo mata a los animales. El orgullo dominó el miedo de Paul. —¿Pretendéis insinuar que el hijo de un Duque es un animal? —preguntó. —Digamos que sugiero que puedes ser humano —dijo—. ¡No te muevas! Te lo advierto, no intentes escapar de mi lado. Soy vieja, pero mi mano puede clavar esta aguja en tu cuello antes de que consigas alejarte lo suficiente. —¿Quién sois? —siseó Paul—. ¿Cómo habéis hecho para engañar a mi madre y conseguir que me dejara a solas con vos? ¿Habéis sido enviada por los Harkonnen? —¿Los Harkonnen? ¡Cielos, no! Ahora, cállate —un seco dedo tocó su nuca, y tuvo que refrenar su involuntaria urgencia de escapar de allí. —Muy bien —dijo ella—. Has pasado la primera prueba. Ahora, esto es lo que falta: si retiras tu mano de la caja, morirás. Esta es la única regla. Deja tu mano en la caja, y vivirás. Quítala, y morirás. Paul inspiró profundamente para evitar un estremecimiento. —Si llamo, en un momento esto estará lleno de sirvientes que caerán sobre vos, y seréis vos quien morirá. —Los sirvientes no irán más allá de donde está tu madre, custodiando esta puerta. Puedes estar seguro. Tu madre sobrevivió a esta prueba. Ahora ha llegado tu turno. Siéntete honrado. Es raro que sometamos a los chicos a ella.— dijo la joven tal y como la habían entrenado, sabiendo que la gente esperaba que en un futuro ella estuviera allí en lugar de la vieja mujer. La curiosidad redujo el miedo de Paul hasta un nivel controlable. Había detectado la verdad en las palabras de la joven, no podía negarlo. Si su madre estaba allí fuera de guardia... si realmente se trataba de una prueba... Y fuera como fuese, sabía que no podía sustraerse a ella, atrapado por aquella mano cerca de su nuca: el gom jabbar. Trajo a su mente las palabras de la Letanía contra el Miedo del ritual Bene Gesserit, tal como su madre se las había enseñado:
No conoceréis al miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Solo estaré yo.
Sintió que la calma volvía a él y dijo: —Terminemos y a con esto, vieja mujer. —¡Vieja mujer! —gritó ella, de fondo se escuchó una sonora carcajada de parte de Hera—. Tienes valor, no puede negarse. Bien, vamos a ver esto, señor mío —se inclinó hacia él y su voz se convirtió en un susurro— Vas a sentir dolor en la mano, y mi gom jabbar tocará tu cuello... y la muerte será tan rápida como el hacha del verdugo. Retira la mano y el gom jabbar te matará. ¿Has comprendido? —¿Qué hay en la caja? —Dolor. El escozor se hizo más intenso en su mano. Apretó los labios. ¿Cómo es posible que esto sea una prueba?, se preguntó. El escozor se convirtió en comezón. —¿Has oído hablar de los animales que se devoran una pata para escapar de una trampa? —dijo la vieja mujer—. Esa es la astucia a la que recurriría un animal. Un humano permanecerá cogido en la trampa, soportará el dolor y fingirá estar muerto para coger por sorpresa al cazador y matarlo, y eliminar así un peligro para su especie. La comezón aumentó en intensidad, hasta llegar a quemar. —¿Por qué me hacéis esto? —preguntó. —Para determinar si eres humano. Ahora, silencio. Paul cerró fuertemente su mano izquierda, mientras la sensación de quemadura aumentaba en la otra mano. Crecía lentamente: calor y más calor... y más calor. Sintió que las uñas de su mano izquierda se clavaban en su palma. Intentó sostener los dedos de su mano que ardía, pero no consiguió moverlos. —Se está quemando —siseó. —¡Silencio! El dolor ascendió por su brazo. El sudor perló su frente. Cada fibra de su cuerpo le gritaba que retirara su mano de aquel pozo ardiendo... pero... el gom jabbar. Sin volver la cabeza, intentó mover sus ojos para ver aquella terrible aguja envenenada acechando a su cuello. Se dio cuenta de que jadeaba e intentó dominarse sin conseguirlo.