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Sopla el viento, el viento sopla.
Sopla fuerte, fuerte pero dulce.
Dulce como una sinfonía, una dulce sinfonía de un recital.
Un recital el cual tendría perfecto escenario de concierto, si tan solo este fuera amplio y libre.
Si tan solo fuera lejano, tranquilo, frondoso, con olor a tierra húmeda en el aire.
Pero no.
En cambio, es compacto, acelerado, con smog, edificado.
Una ciudad, sí, es una ciudad.
Una ciudad, acelerada y contaminada, urbana en conclusión.
Aunque no diremos que el concepto de "urbano" es aborrecible, para nada, todo lo contrario, el urbanismo por sí mismo no es para nada desagradable, sobre todo porque es útil.
Y dentro de toda utilidad, también podemos encontrar belleza y dulzura...
A duras penas, hay que tener perspectiva.
Pero podemos, de igual modo.
Todo se puede apreciar, ya sea "bueno" a los ojos de unos o "malo" a los ojos de otros.
Podríamos encontrar mil y un motivos para desvalorizar la "ciudad", sobre todo por su ambiente, su propósito, su estilo urbano.
Podríamos dar hincapié en mencionar porque es compacta, porque es acelerada, porque tiene smog, porque es edificada. Resaltar todas las cualidades que la podrían alejar de nuestro concepto, percepción y entendimiento sobre un ambiente sereno por naturaleza.
No obstante, hay cosas que poseen más vida y serenidad que nosotros mismos.
Corresponde a un mundo de ideas, ideas estandarizadas, rápidas, que no dan paso ni tregua al silencio, a la pausa, al sentimiento. Un capricho vestido con piel de éxito, un sueño que carece de ensoñación.
Pero, ¿No será eso lo que nosotros mismos nos limitamos a percibir?
Lo que conocemos, lo que asumimos, lo que es innegable, lo que nos es "lo obvio".
Ciertamente, no existe peor ciego del que no quiere ver.
Las verdades o mentiras absolutas no existen.
Quizás las medias mentiras, o las medias verdades, pero no las absolutas.
En absoluto.
