Capítulo único

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El rostro irritado de Victor Nikiforov fue señal suficiente para que todos en la comisaría número 27 de San Petersburgo se refugiaran en sus cubículos para observar en silencio el paso de los oficiales que habían logrado la captura de la década. Habían desarticulado el grupo delictivo más peligroso de la ciudad y al parecer sin una gran baja policial.

Sin embargo, en vez de lucir triunfante, el capitán Nikiforov parecía muy alterado cuando arrojó con violencia su boina negra sobre la mesa del escritorio de su secretaria y ésta observó a su jefe y a un puñado de sus mejores hombres, quienes iban acompañados de un malhechor que trataba de zafarse con violencia de su atadura.

―¡Nikiforov, escucha, voy a declarar, te voy a contar todo, pero no me metas a la celda! ―El capitán lo miró con sorna.

―¿Contar qué? Ya todo lo que había que decir está demostrado con las acciones de hoy. Te encontramos a ti y a un montón de malandros como tú a la hora y el sitio correctos. No tienes ninguna posibilidad de salvarte de esto, ni siquiera declarando.

―Pero...

―No tengo tiempo para hablar con escorias como tú. ¡Chulanont, Giacometti, llévense a Crispino a la celda!

El hombre luchó por liberarse, pero Giacometti, por su altura, pudo controlar la situación con rapidez. Chulanont a su lado jaló con fuerza al perpetrador y este gritó enajenado.

―¡Me las vas a pagar, Nikiforov! ¡Recuerda mis palabras!

―¡Si, sí, escríbeme cuando llegues a prisión para saber que llegaste bien!

―¡Te mataré a ti y a ese estúpido de Katsuki también!

―¡Lo que hagas con Katsuki no es mi problema, cuando quieras te doy su dirección!

El sujeto salió con dificultad del recinto, cegado por el odio hacia el mejor capitán que la fuerza policial rusa había tenido por mucho tiempo, gritando improperios y amenazando de muerte a cualquiera que se hallara a su paso.

Una relativa calma se sintió en la oficina cuando aquellos gritos fueron acallados por la distancia. Todos volvieron a respirar normal, excepto Nikiforov, quien se acercó a uno de sus oficiales molesto. El oficial, de cabellera negra y rasgos asiáticos, tragó duro y lo miró resignado, sabiendo lo que iba a venir a continuación.

―¡Maldición, Katsuki! ―expresó con molestia, golpeando la mesa―. ¿No te dije que te mantuvieras fuera de la redada?

―Solo fui a apoyar...

―¡Solo fuiste a jugar de superhéroe! Giacometti, Chulanont y yo lo teníamos todo bajo control, ¡esta redada la llevamos planeando hace meses, como para que encima vengas a querer dártela de muñeco de acción!

Katsuki bajó la mirada frustrado. Sabía que su jefe tenía razón, con su intromisión había puesto en peligro a sus compañeros. Nikiforov lo bañó de arriba a abajo con una mirada acuciante, llena de severidad.

―Desde hoy te quedarás en la oficina hasta que yo te lo ordene. Estás prohibido de participar en una redada hasta nuevo aviso. ¿Me has entendido?

Sabía que no debía quejarse, pero en el cuerpo de Yuuri la ambición por el reconocimiento y el deseo del apoyo de su jefe lo quemaban con la fuerza de un explosivo. La molestia y el desazón lo sobrepasaron y se animó a reclamar.

―¡Eso no es justo! ¡Fui yo quien capturó a Crispino!

―¡Sí, pero después de poner en peligro a MI grupo de agentes, que por cierto son tus compañeros!

―¡Si yo no hubiera llegado, esa captura no se hubiese dado!

―¡Si no hubieras llegado Leo de La Iglesia no hubiera recibido una bala en el hombro al tratar de cubrirte! ¡No sales y es mi última palabra!

¡Capitán Nikiforov  para usted, Katsuki!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora