Zoro era un niño el cual poco y nada le importaba Halloween, no era como otros niños que se disfrazaba derrochando dulzura y terror por la calle. No se acercaba ni un poco, él prefería entrenar con su amiga Kuina en el dojo del pueblo, pero desde que murió entrenaba solo. Así fue como conoció a un particular chico, el lo recordaba bien, la primera vez que lo vio fue un 31 de octubre pidiendo dulces en el dojo, ¿a quien se le ocurría? Si, solo a él. Ese día el niño llevaba un traje de momia, las vendas las iba arrastrando por todo el piso y ya estaban llena de tierra, a pesar que estaba completamente vendado dejaba al descubierto parte de su boca y ojos, además se lograba contemplar una peculiar ceja en espiral. Esa fue la primera impresión que tuvo Zoro de ese niño, él era peculiar, mas peculiar lo hacía las otras tres momias de colores que lo acompañaban, supuso que eran sus hermanos.
El padre de Kuina, quien los recibió con gusto con té y galletas, les regaló una bolsa de dulce a cada uno.Así fue el siguiente año, cuando Zoro tenía ocho volvió a ver a los cuatro niños pedir dulces en el dojo, ahora vestían de vampiros, pero quien mas le llamaba la atención era el que tenía cejas en espiral apuntando del lado contrario al de los tres restantes. Este chico tenía cabello rubio y antes de llegar al dojo sus hermanos le hicieron la traba y este cayó, Zoro lo vio todo desde el patio y quiso acercarse a él, pero no lo hizo, lo que si hizo fue pedirle una bolsa con dulces a su maestro para darle personalmente él los dulces al rubio. El maestro muy contento accedió, le dejo la bolsita a su discípulo y él se encargo de los otros tres rebeldes. Mientras Zoro iba a dirección al rubio, este estaba sentado en el frío piso de madera sobando diligentemente la herida de sus rodillas, tan concentrado estaba que no notó que alguien estaba detrás de él.
—Ey, niño— dijo Zoro. El rubio volteó a verlo, mostrando una encantadora cara de confusión, sus mejillas rosadas y los ojos llorosos daban una extraña sensación en Zoro, que era la primera vez que lo veía tan detalladamente. Y al ser esa su primera contemplación, no podía negar que el rubio era angelical, no quedaba en él ese traje de vampiro, quizás un ángel le sentaría mejor.
—¿Qué sucede?— preguntó.
—T-toma los dulces— dijo Zoro sonrojado, entregando la bolsita a Sanji.
—Gracias— exclamó el niño agarrándolo—. ¿Por que tu no estas disfrazado?
—No me gustan estas cosas—contestó—. ¿No te vas a levantar del piso?
El niño sonrió tan dulcemente que derretiría el corazón mas helado.
—¿Me ayudas?— preguntó
Zoro lo miró sin expresión alguna y le dio la mano.
—Gracias, me llamó Sanji— se presentó extendiendo su manito llena de tierra.
—Roronoa Zoro— dijo Zoro tratando de corresponder a la mano pero se vio interrumpido.
—¡Ey Sanji! ¡Ya vámonos!— gritó uno de los hermanos del rubio.
—Ya voy, Ichiji— contestó Sanji y miró a Zoro— Nos vemos en el siguiente Halloween, espero que uses disfraz sino hare travesura.
Eso fue lo último que dijo el encantador niño y salió tras de sus hermanos. Zoro estaba sorprendido, era la primera vez que su corazón se agitaba tanto. Sin duda el siguiente año usaría un disfraz.