Adiós.

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Es Halloween, Volkov lo sabe. La comisaria lo sabe. Hay una fiesta en la misma comisaría de Los Santos donde el FBI fue invitado. 

Viktor Volkov veía como Horacio se relacionaba con todo el mundo, este iba disfrazado, según él; de policia sexy, aunque solo era un pantalón apretado con el cinturón que le había robado a algún alumno. 

El ruso por su parte se mantenía alejado. Él no deseba celebrar nada. Solo bebía bajando sus penas. No quería estar ahí. 

Y con ese pensamiento se levantó para ir a su antiguo despacho. Sabía que ya no era suyo, pero él había escondido un pequeño secreto de todos. 

Entrando en el despacho, confirmando que estaba vació. Acercándose a la pared frente a él, ignorando completamente el escritorio que estaba en su camino, lo bordeo para acucliyarse frente a la pared, palpando el hueco  que había allí, buscando en su interior aquella tabla y la pequeña bolsita negra. Acariciando el terciopelo de está decidido que ya no la dejaría allí.

Salió de allí, revisando que nadie lo había visto, dejando a sus compañeros atrás. En ese momento, ellos ya no eran importantes. 

Y como cada 31 de Octubre desde hacía 5 años: él tenía una cita.

No fue al apartamento de Horacio esa noche, suponía que este lo sabría y ya le cuestionaría al día siguiente donde había pasado la noche. Y como siempre; no tendría respuesta. 

Llegó a aquella vieja caravana, la cual había estado cuidando con esmero. Aunque sabía que su antiguo dueño no la había tratado de la misma manera.

Al menos ya no olía a pizza podrida ni había moho por doquier. 

Decidido se sentó en la cama individual de está, con las piernas sobre está, cruzándolas, sentándose como un indio, colocando la tabla con el abecedario, un sí y un no, junto a su puntero frente a él.

Inhalo profundamente y notó cuando era el momento tras sentir una mano fría sobre su nuca, erizandole la piel.

Encendió unas cuantas velas, las que le recomendaron que eran de protección e inciensos. Recordaba ese ritual por años, desde la primera vez que funcionó hasta ese mismo día. 

Relamió sus labios a la par que colocaba el puntero sobre la tabla, posicionando sus dedos correctamente para hablar. - Gustabo, ¿estás aquí? - El puntero no se movió. - Gustabo Garcia, está aquí? - Volvió a llamar. El puntero se movió de forma vaga al no. - ¿No eres Gustabo García? - Preguntó un tanto decepcionado. Separó sus dedos del puntero, suspirando al no obtener respuesta. 

Una lágrima traicionera cayó por su mejilla, un movimiento de la cama como si alguien se subiera en ella llamó su atención. Borrando el rastro de la lágrima con el dorso de su mano.

El puntero se movió señalando el sí, sin que sus dedos estuvieran sobre este. - ¿Estás aquí? - El puntero se volvió a mover, está vez acercándose a él. Entendió la referencia, cogiendo el objeto para mirar a través del pequeño vidrio que este poseía.

A través de este lo vio. Allí estaba su secreto, no solo en vida, sino, en muerte. Tan precioso como lo recordaba y como lo había visto el año pasado. Ya no le sorprendía el sangriento agujero en su frente, ni la falta de vida en sus ojos.

Trató de tocarlo, pero no pudo. Se sentía tan vacío. Lo tenía delante, conforme lo veía por ese maldito cristal, y sin poder tocarlo. 

Vio como este se acercaba, queriendo apagar su dolor y solo empeorandolo. 

Dejando el pequeño puntero en su respectivo tablero, Gustabo habló a través de este. - No deberías venir. - Su ceño se frunció por las palabras de aquel espíritu. - Te haces daño, Viktor. Me haces daño. 

- ¿Y qué quieres que haga, Gustabo? - Le preguntó con rabia al aire, sin poder verlo.

- Déjame ir, Vik. - Su corazón se estrujó y negó con la cabeza. - Necesito descansar, déjame ir, por favor, amor... - Volkov fue a responder, pero el puntero se movió con rapidez antes de dejarlo hablar.- Déjame ir si alguna vez me amaste. - Le rogaba el espectro. 

Viktor calló unos segundos, aguantando sus lágrimas, sabiendo que ahora este estaba en frente suyo. - Déjame verte una última vez, déjame sentirte y me marcharé... Te dejaré ir. - Rogó el ruso.- Una última vez, por nosotros... Por tu ruso... - Casi pudo escuchar una pequeña risita con esa forma de autollamarse, para seguir un suspiró, uno largo y frío, uno no humano. 

Las luces se apagaron, quedando solo una de las velas encendidas junto a un incienso a medio consumir. 

Y ahí, en la penumbra, lo pudo ver, una sombra que iba formando la silueta de ese ser al que una vez amó. 

Frente a él estaría una última vez Gustabo García, fallecido hacía 5 años.

Una caricia fue recibida en la mejilla del ruso, una que era helada, pero haciéndole saber que ya podía tocarle, era esa hora exacta y solo tendrían unas horas juntos. 

No dudó en lanzanse a sus labios. - Es la última noche, rusky. - Le oyó decir, este asintió, sin querer soltarle y como cada año mientras lo abrazaba, soltó algunas lágrimas al saber que solo podría tenerlo un corto periodo de tiempo y que este sería su última vez. 

Volkov no lo buscó par algo carnal, solo quería su compañía, hablando con él mientras ambos estaban tumbado en la cama, abrazados como cuando el menor aún seguía con vida. - ¿Estás seguro de que quieres cruzar ya? - Le preguntó cuando solo le quedaban 5 minutos juntos. 

- Sí, ruso mío. Es hora de que me dejes descansar, de que encuentres a alguien más... - Le hablaba mientras su voz se convertía en algo más fantasmagórico. 

Viktor besó una última vez esos fríos labios. - Está bien... Necesitas descansar. - Sonó terriblemente comprensible. Vio como Gustabo volvía a desaparecer pero está vez con una sonrisa en sus labios. - Te amo... - Susurró al viento una última vez, sintiendo la caricia de despedida en su mejilla. 

Y allí se quedó solo él, con un arma en su cinturón, cargada mientras lloraba. Tomando algo de alcohol que había llevado e ignorado por estar con ese que ya nunca podría volver a ver.

No hasta que él mismo muriera.

A la mañana siguiente Viktor Volkov no apareció, preocupando a su novio Horacio.

Horacio pensó que este habría descubierto su romance con Ford y por ello se habría enfurecido.

No fue hasta meses después que descubrió a ese ruso de 2.10m en la morgue, con un disparo atravesando su corazón, le había hecho al cadáver un maquillaje de payaso y había escrito en su cuerpo con algo cortante un "mío" bajo la herida de bala. 

Alguien había asesinado a Viktor Volkov en la caravana de su desaparecido hermano. 

Última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora