A lo lejos, por la inclinada superficie se escuchó un hombre gritar. Corría despavorido, tan rápido como sus piernas le permitían, hasta que dio un paso en falso y rodó varios metros hasta quedar atorado entre las raíces de un árbol seco, maleza y algunas rocas, perdiendo el conocimiento en ese instante. Todos se sobresaltaron y se apresuraron intentando ayudar al sujeto, aunque ciertamente, la mayoría fueron impulsados por simple curiosidad.
Francisco, quien era el guía del grupo, un tipo de aproximadamente veinticinco años, de apariencia gentil y descuidada, se deshizo de su mochila y gorra y se acercó a trote veloz hasta donde el sujeto había caído, mientras el gafete que colgaba de su cuello rebotaba torpemente a cada paso que daba. No pudo evitar hacer señas bruscas a la muchedumbre para que no se atiborrasen frente al sujeto. Después de varios intentos infructuosos para hacer que recobrase la conciencia, se puso de pie resoplando y rebuscó entre sus bolsillos su celular.
Dariel y Fabián compartieron una mirada intrigados y luego se acercaron impetuosamente a observar. Un chorro de sangre brotaba de la nariz del sujeto y sus dientes estaban teñidos de un rojo intenso, los moretones en sus brazos y piernas eran evidentes. Todos se preguntaban qué le había ocurrido y cuál era la razón por la cual emitía tan espantosos gritos. El guía se hincó nuevamente frente al hombre, dejando a un lado el aparato que había extraído de los bolsillos de su pantalón. Contempló al sujeto unos segundos con aire de desánimo y luego colocó sus dedos en su cuello tomándole el pulso, al mismo tiempo que lo inspeccionaba para asegurarse si tenía algún tipo de fractura o herida considerable. Se detuvo a observar la cortada que sobresalía en la rodilla del hombre, que le había desgarrado la ropa, pero cayó en cuenta que no era muy profunda.
—Solo está inconsciente, escuchen todos. Debemos llevarlo a la carretera, llamaremos una ambulancia.
Los murmullos y quejas no se hicieron esperar. Todos estaban exhaustos y faltaba poco para llegar a la cima del volcán. En aquel lugar había dos formas de subir, a pie y por la recién asfaltada carretera. En ese viaje la mayoría había decidido escalar a pie y se podía decir que algunos se arrepentían de haber tomado aquella decisión. Mientras unos se quejaban y atestaban alrededor de Francisco, otros aprovechaban para hidratarse y descansar las piernas. Fabián se sentó en una roca al extremo del sendero y luego de beber un par de sorbos de su botella de agua, analizó la prótesis de su antebrazo izquierdo cuidadosamente.
Dariel se acercó y colocó su mochila al lado de la roca. También bebió un poco de agua y luego pasó su brazo sobre su frente, limpiándose el sudor.
—Oye viejo, ¿crees que pueda nadar con esta cosa en el brazo? —Preguntó Fabián.
—Supongo que sí, el doctor me aseguró que es a prueba de agua.
—¿Qué crees que le haya pasado al hombre?
—No lo sé. Tal vez estaba ebrio y alucinaba, por eso gritaba como loco — dijo Dariel, encogiéndose de hombros, restándole importancia a lo que había ocurrido.
Mientras ambos conversaban, Dariel volvió a escuchar los ruidos que antes creyó había imaginado. Eran una extraña mezcla entre un aullido y un chillido, y desconocía qué tipo de animal que emitiría tal horripilante sonido. Previamente había cuestionado a Fabián si podía escucharlos, obteniendo una negativa como respuesta. Los chillidos eran casi imperceptibles y del resto de personas, al parecer nadie más lo había notado. Esta vez Dariel había hecho caso omiso a los ruidos. Hasta que estos aumentaron su intensidad.
Todas las personas en el lugar se inmovilizaron por un instante, mirándose unos a otros, preguntándose con la mirada si el ruido que acababan de escuchar había sido real, o simplemente fruto de su imaginación.
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21 Variantes
Science FictionPensaron que la muerte era un error, alteraron el equilibrio cósmico, creando la aberración de Avalon. No hay marcha atrás, las variantes se esparcen por todo el universo, y han llegado a la tierra. Imparables, inmortales, invencibles. El fin del un...