Through the Night

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—Con esto debería dormir toda la noche, —dijo el enfermero, retirando la aguja del catéter intravenoso que se perdía entre la arrugada piel de mi abuela.

Ella ya dormía, pero aún en su sueño, luchaba contra enemigos imaginarios. Entre ellos, el catéter. Si me descuidaba apenas un segundo, se lo arrancaba y se rascaba el área sin piedad. Así era como había terminado con ambos brazos llenos de piquetes, su delgada piel cubierta de moretones, y las venas reventadas por debajo. No era fácil explicarle que debía dejarlo en su lugar para que pudieran administrarle medicinas. No cuando en su mente ella estaba en otro lado, librando sus propias batallas. Las sábanas que acabábamos de quitar aún mostraban las manchas en rojo de esas batallas.

—Gracias, —le dije, al tiempo que enviaba un mensaje de celular para avisar que todo estaba bien.

El enfermero terminó de recoger sus utensilios y las sábanas del suelo, y se retiró, apagando la luz tras de sí. Era un cuarto compartido con tres camas en él, tan sólo separadas por una delgada cortina. Una angosta silla plegable hacía las veces de camastro al lado de cada cama de hospital.

La cama que estaba pegada a la ventana estaba ocupada. Mi mamá ya se había hecho amiga, como hacía siempre, de las personas que ocupaban el espacio. Llevábamos ahí varios días, igual que ellos, y quién sabe cuántos más nos faltaban. La situación no parecía mejorar.

A mi abuela le habían asignado el espacio del centro. Además de estar encamada por una cadera rota, mi ella había desarrollado rápidamente una demencia senil en el hospital. No sé si era el ambiente, los medicamentos, el decaimiento físico o qué, pero, donde antes había un pequeño desliz aquí y otro por allá, de un día para otro parecía haber empeorado considerablemente.

Y la tercera cama, la que estaba más cerca de la puerta, estaba vacía. Al menos por ahora. Unos días antes habían dado de alta al paciente que la ocupaba. Eventualmente llegaría alguien más. Siempre llegaba alguien más.

Los hospitales son bastante tenebrosos de noche. No era la primera vez que me tocaba hacer guardia con ella, pero aún no lograba acostumbrarme.

En la noche todos los ruidos rebotan por los pasillos y hacen parecer que hay algo justo a tu lado. Creo que aunque hubiera podido dormir, no lo habría hecho.

Revisé cuanta pila quedaba en mi celular, suficiente, y me coloqué los audífonos con la música muy bajita para escuchar si mi abuela se despertaba o se movía. La voz tranquila y airosa de IU me acompañaba en ese momento de estrés.

Por un par de horas me distraje conversando por mensaje con los amigos que sabía que se dormían tarde, pero al paso de la noche, uno a uno se fueron despidiendo.

—¡Achuu! —estornudó alguien afuera, al final del pasillo, cerca de la estación de enfermeros.

Algunas voces se escucharon después por algunos momentos, para luego dejar todo de nuevo en silencio. En algún lado algo goteaba. Tal vez el suero de alguno de los pacientes. ¿Los sueros producían sonido al gotear o eso era producto de lo que recordaba de alguna película? No estaba segura. Así como no estaba segura de que no hubiera nada debajo de la cama de hospital. Demasiadas películas de terror...

Intenté leer un rato, pero mi mente seguía divagando. ¿Y si la infección no cedía? No era suficiente con que ella ya nunca fuera a poder caminar, ahora había tenía una infección, que el hospital nunca admitiría que había contraído ahí, que ponía en peligro su vida.

El sueño comenzaba a ganarme. No estaba acostumbrada a pasar noches en vela. No estaba acostumbrada a tener miedo en la noche. Me aseguré que mi abuela estaba bien tapada y me recosté sobre el camastro, jalando a mi alrededor la otra cobija. Además de todo, el hospital es un lugar frío.

Dormité un poco, pero cada pequeño ruido a mi alrededor me ponía en alerta. Me ardían los ojos y estaba cansada. Tenía miedo por el lugar en el que me encontraba, y no quería pensar en que mi abuela también la estaba pasando mal. No podía hacer nada por ella más que acompañarla. Era tan frustrante, me sentía muy impotente.

Decidí que escribiría una entrada en mi diario. No sabía exactamente por qué. No era una situación que particularmente quisiera poder recordar, más me abrumaban mis sentimientos y el miedo. No tanto de la muerte, sino de una muerte con sufrimiento. Eso es lo realmente espantoso, creo yo.

Cerré los ojos y traté de imaginarme el primer recuerdo que tengo con mi abuela. Ella estaba cosiendo en una vieja máquina de pedal, y yo le estaba platicando algo. No recuerdo qué, pero sí que me decían que de pequeña nunca me callaba. Me había dado un alfiletero en forma de tomate y un montón de alfileres para que los acomodara con la esperanza de que eso disminuyera la velocidad con la que atropellaba mis palabras, más mi cerebro ya sabía que la lengua y las manos funcionaban de manera independiente y mi boca seguía hablando de todo y nada a la vez.

En medio de mi reminiscencia escuché algo moverse. Al abrir los ojos vi a mi abuela peleando con el tubo que la conectaba al suero. Me levanté de golpe y sostuve sus muñecas, tratando de separarla suavemente, pero ella luchaba con fuerza, como si fuera un asunto de vida o muerte. Después de un rato de forcejeo, logré evitar que se sacara nuevamente el catéter, más tardó al menos media hora en volver a caer rendida ante el sueño. Me sentía aún más cansada que antes.

Antes de que fuera demasiado tarde y no pueda recordarlo, lo escribí todo en mi aplicación de notas del celular. En la oscuridad del hospital, sólo la luz del aparato iluminaba mi cara y mis manos.

Mis recuerdos de niña con ella y las historias que me contaba de cuando ella era niña y la regañaban por subirse a los árboles. La vez que fue al pueblo vecino con sus tías y vio a un muerto afuera de la iglesia, cuando se quebró el brazo por no hacer caso de no subirse al árbol, cuando, ya de más grande, su papá le pedía que hiciera café para él y los amigos, y ella se enojaba porque tenía que dejar de lado lo que estaba haciendo.

Creo que en eso nos parecemos mucho. Siempre me dijo que me parecía mucho a ella. En lo bueno y en lo malo. También yo siempre hacía lo que quería de niña, y andaba trepada a los árboles. Aunque nunca me quebré nada, sí me di mis buenas caídas. Algunos de mis recuerdos se mezclan con sus historias. Ya no sé bien en cuales era yo la niña, y en cuales era ella. Recuerdo los vestidos de los domingos y los calcetines con olanes que picaban, y los zapatos de charol que se quedaban pegados al chapopote recién echado. Los regaños de los mayores y los momentos de aburrimiento en las reuniones familiares. Y también los abrazos, las palabras de cariño, el olor de los buñuelos con miel recién hechos en el aire. El dolor de ver partir a los que se fueron primero...

¿Es que en este momento ella está comunicándose conmigo a través de todos esos recuerdos? ¿O simplemente es mi mente jugándome trucos en la madrugada?

En cualquier caso, creo que a ella le gustaría recordar esas cosas.

Como si fuera una luciérnaga, encierro mis recuerdos en una esfera brillante y se la envío, esperando que ella, en su mundo, pueda recordar también. Tan sólo los buenos recuerdos. Y que, como letras en la arena, se borren los demás.

Y como letras en la arena siento que ella se nos esfuma de las manos. Y yo siento que siempre la extrañaré.

Todas las cosas que nunca le dije, todo lo que nunca le mostré, quisiera decírselo ahora. Te amo. Para siempre.

Que suerte la mía de haber coincidido contigo en esta vida y que estamos juntas ahora. Aunque te vayas cada vez más lejos a un lugar al que yo no puedo seguirte, sé que puedes oírme.

Las palabras que escribo en mi diario y que no puedo mostrarte sólo hablan de lo mucho que te quiero.

Y esta noche enviaré una luciérnaga a verte a donde sea que tú estés. Espero que tengas un lindo sueño.

* * * * *

La mañana llega, y con ella, la realización de que hemos pasado una noche más.


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Notas: Esta es una historia que está muy cerca de mi corazón, viene de una entrada de mi diario personal cuando pasé la noche en el hospital con mi abuela por todas las cosas que describo aquí. Ver amanecer y ver que seguía con nosotros era un respiro cada día.

Parte 3 de la serie Heart Waves.

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