CAPÍTULO I

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Árboles, arena y carretera, eso era lo que veía desde que salimos de mi ciudad, bueno corrijo, mi antigua ciudad. Ahora nos dirigíamos hacia Autumna, un pueblo pequeño situado al norte de Canadá, debido a que el consejo requería nuestra presencia allí. Para capturar al asesino.

En los últimos meses la tasa de asesinato había crecido sin medida alguna. El consejo había estudiado todos y cada uno de los casos. Todo apuntaba a que el asesino era un cazador de vampiros, pero este último, -el cuál era la razón por la que nos habían convocado- era diferente.

La víctima en la pierna tenía dos heridas de bala, las cuales llevaban veneno de lavanda el cuál era mortal para nosotros si no se extrae a tiempo. En el pecho tenía cinco cortes, por la profundidad de ellos la criatura que los hizo tenía garras y sólo una criatura tenía los medios para hacer cortes de este calibre. Licántropos.

Existía un acuerdo entre vampiros y licántropos. Y hasta ahora todos habían cumplido con dicho cometido. Nosotros no nos inmiscuíamos en sus asuntos al igual que ellos, tampoco podíamos traspasar su territorio sin previo aviso. Si queríamos cruzar debíamos hablar con ellos cuarenta y ocho horas antes, a menos que fuera una emergencia.

Una gota, -que recorría lentamente la ventana- entró en mi campo de visión. Genial, estábamos llegando.

Levanté la vista y divisé el pequeño pueblo a mi derecha. No era nada fuera de lo normal, sinceramente (y entre nosotros) me lo esperaba más tenebroso. Algo distinto a mi antigua ciudad era el clima, aquí es mucho más frío y por lo que me habían contado mis padres llovía casi todos los días, pero por alguna extraña razón sólo llovía de noche.

Comenzamos a dejar el pueblo atrás y se empezaba a ver el bosque. El bosque captó toda mi atención, era como si estuviese llamándome, había algo en el que me atraía de forma extraña.

Sentí la mirada de mi madre sobre mí.

-Ni hablar -dijo sin apartar los ojos de la carretera.

-¿Qué? -contesté saliendo de aquel hechizo.

-No vas a pisar ese bosque Lydia -dijo girándose hacia mí.

-¿Qué tiene de malo? -dije tratando de indagar más en ello.

-Nada que te interese -respondió de forma cortante.

Me apresuré a contradecir, -como siempre- pero no quería seguir discutiendo, me había cansado. Mis ojos se posaron de nuevo en la ventana con hastío, por suerte ya habíamos llegado a la que sería nuestra nueva casa por tiempo indefinido. Me apresuré a bajar del coche y entrar a mi nueva casa. Era preciosa, tenía un toque medieval por fuera, pero por dentro no tenía nada que ver. Estaba repleta de objetos ''modernos''.

Mis padres me avisaron de que se ausentarían por unas horas, irían al mercado a conseguir algo fresco para comer estos días, ya que no teníamos nevera aún.

Me dirigí a la que ahora era mi nueva habitación. La puerta era de madera, con una fina capa de color gris. Nada más entrar mis ojos se abrieron como platos, admirando lo que tenía ante mí: era una habitación con las paredes bañadas en una fina capa de color gris, -como la puerta- era bastante amplia, incluso tenía baño propio. Al entrar al baño me percaté de que ya estaba amueblado y con mis pertenencias en su sitio. En cambio, la estancia principal, -es decir el dormitorio- solo constaba de muy pocas cosas: una cama de matrimonio, un armario -empotrado- y una estantería de madera bañada en color marrón claro. Los ventanales situados justo a la derecha y a los pies de mi cama eran enormes, la luz que procedía de ellos hacía la habitación bastante luminosa, justo como me gustaba.

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Mis padres no llegaron hasta la noche, yo en algún momento de la tarde había caído rendida. Decidí darme una buena ducha para leer un buen rato -ya que con todo esto de la mudanza apenas había tenido tiempo-.

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