Capítulo 2.

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CAPÍTULO 2.

La gente siempre ha resaltado una cualidad de mí, algo que consideran especialmente destacable y es mi forma de andar, mi manera de expresarme, de sentarme… una vez me dijeron que era más propia de un rey que de un simple militar, no pude quitarles la razón, aunque tampoco pude explicarles que era cosa de educación, que era algo tan arraigado en mí desde la infancia que ni siquiera los años pasados habían conseguido hacerlo desaparecer. El andar de un rey. Bueno, jamás fui un rey pero estuve cerca. Unas cuantas muertes desafortunadas y habría acabado sentado en el trono de Noruega y Dinamarca, así de influyente era mi familia.

Aún así, solo fui una vez a la corte, digamos que a mediados del siglo XVII la cosa se puso mal para los nobles y perdimos gran parte de nuestros privilegios por culpa de la burguesía. Básicamente lo que pasó en todas partes. Y eso, sumado a la pobreza que había por la guerra, no fue una muy buena combinación para nadie. A parte de el hecho de que Federico III se convirtió en un rey absolutista y convirtió a mi país en una simple provincia danesa con el título de reino. En fin, eso es irrelevante, las lecciones de historia las dan en otra parte. Lo que a nosotros nos interesa es lo que pasó en la corte, solo pasé allí unos meses pero fueron intensos y me sirvieron para aprender en cierto modo como iba a ser mi vida. Haciendo un gran resumen, mi estancia allí consistió en conocer mujeres, aprender a comportarme como un noble decente y defenderme de los tres intentos de asesinato que sucedieron contra mi persona. Como ya os he dicho, fue una estancia corta pero intensa. Podría hablaros también de las lecciones de esgrima, de las cacerías, de las fiestas e incluso de Ragna Bronnfjell, la primera mujer que consiguió que abandonase mi reputación de mujeriego durante una temporada. Sé que os encantan las historias de amor y que seguro que deseáis que os cuente algo sobre ella pero iré al final: fue breve, intenso e incluso llegué a pedirla matrimonio, no me juzguéis, en aquella época contraer matrimonio era tan normal y precipitado que tampoco me lo pensé mucho, el caso es que mi padre consideró que ella era demasiado poco noble para mí, ahí quedó por finalizado el idilio.

El caso es que mi visita en la corte fue uno de los momentos en los que mi “manera de andar” se asentó. También tiene que ver con que mi andar sea “regio” el hecho de que si me encorvaba mi padre me daba con una vara mientras me repetía que “un Solberg no puede andar como un campesino”.

Es por todo esto por lo que me paro delante del portal de mi contacto para modificar significativamente mi postura, Casper siempre dice que odia hablar con alguien que le mira constantemente por encima del hombro. Yo creo que me tolera porque le caigo bien por mucho que diga que él no tiene por qué aguantar a ningún demonio con aires de noble, sin duda pertenecía a la burguesía o al pueblo, porque tanto rencor hacia mi clase social tiene que salir de alguna parte.

Cuando considero que mi postura ya no tiene más arreglo, llamo al telefonillo y él abre sin siquiera preguntar quién soy, sin duda tiene un buen día, me encojo de hombros y subo las escaleras que llevan directamente a su madriguera. La puerta está abierta cuando llego, por lo que entro sin darle más vueltas. Su casa es una cueva, no se me ocurre mejor manera de describirla, persianas bajadas, trastos por todas partes y un chaval de unos dieciocho años con pinta de fumado sentado en medio de un montón de ordenadores. Ni siquiera me mira cuando entro. Que no os engañe su aspecto, ese chaval de dieciocho años tiene más de cuatrocientos y un mal genio sorprendente.

–      ¿Qué haces aquí?–Me espeta en un tono cortante mientras bebe de una taza más propia de tomar el té que de tomar sangre. Pero para gustos, colores.

–      Yo también me alegro de verte, Casper. Estoy muy bien, gracias, ¿y tú?

–      La última vez que nos vimos te tiraste a mi hermana. No pretenderás que sea amable.–Bueno, ahí tengo que darle la razón.

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⏰ Última actualización: Apr 02, 2015 ⏰

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